Capítulo 3: Un caso interesante

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Los automóviles se amontonaban en la estrecha calle como las carpas del estanque ante un pedazo de pan. Al fondo, reconoció unos cuantos vehículos del cuerpo de policía y uno del servicio médico. Si eso fuera Lederage podía suponer que el resto del coche eran vecinos o coches de paso que habían quedado atrapados en el pequeño colapso, pero en el camino que llevaba a la casa, solo había árboles, así que podía dar por supuesto que el resto de coches eran de la prensa. Prensa rosa en su mayoría, ya que Mivara estaba poblada por magnates, nobles menores y alguna que otra celebridad del teatro o del cinematógrafo. Un negativo de su cadáver se vendería a precio de oro en cualquiera de los tabloides de la capital.

Kobe aparcó su automóvil en cuanto vislumbró el enjambre y se acercó caminando con paso firme. Hasta ahora, su trabajo había sido discreto. El pueblo era tranquilo y la mayoría de las casas señoriales contaba con su propio personal de seguridad así que rara vez tenía un caso importante. Pero, al reconocer toda la algarabía periodística, se arrepintió de haber atraído a Suke a un lugar tan cerca de los medios. El muchacho haría todo lo posible por no llamar la atención, de eso estaba seguro, pero a veces eso no era suficiente.

Se escurrió entre la muchedumbre sin demasiados problemas. Un vistazo a su placa solía servir para que se echaran a un lado sin insistir demasiado. Aunque a veces no era suficiente.

—¡Capitán Aizoo! —exclamó una jovencita, la única mujer entre ese avispero masculino. Kobe se detuvo casi por inercia y le echó un vistazo rápido antes de continuar su camino.

La periodista repitió su nombre un par de veces más pero no tenía sentido que se detuviera a contestar preguntas cuando todavía no sabía ni qué había pasado.

—Aleja el cordón policial —dijo con suavidad al agente más cercano—. Hay demasiados curiosos.

—Sí, capitán —contestó el muchacho que todavía tenía acné juvenil. Pidió ayuda a un compañero y, casi al instante, empezó a escuchar las protestas de los que esperaban al otro lado.

—Llega tarde —gruñó su detective.

—Tuve que llevar a mi hijo al colegio —se excusó Kobe—. Primer día. ¿Qué es lo que tenemos, Caled?

—Dímelo tú, capitán. Yo no estoy acostumbrado a estas cosas. Robos, sacar periodistas de tres al cuarto... Una vez tuve un secuestro, pero había sido el propio padre de la criatura. No había visto nada así desde... Bueno, desde la muerte de la marquesa.

La casa estaba ennegrecida por el hollín. Restos de llamas ausentes trepaban por la estructura y entraban por los balcones. A su alrededor, la tierra estaba removida y ablandada, como si estuviera recién arada. Fue poner un pie fuera de la graba del camino y hundirse hasta el tobillo.

—¿Hay gente en la casa? —preguntó, frunciendo el ceño, se descalzó para quitarse los restos de tierra del zapato. Eso habría sido normal si el terreno estuviera dedicado a plantar patatas y no un césped que hasta el día anterior había sido la envidia de sus vecinos.

—Solo el servicio. Una cocinera, un mayordomo y una criada. Compartía el jardinero con los Arinsala, como casi todo el mundo, y no estaba en la casa cuando sucedió —dijo Caled, mirando las notas de su libreta—. Los tres están dentro, si quiere hablar con ellos. Pero ya le adelanto que falta el propietario, Rufus Zeriatre.

—¿Hay cadáver? —dijo, mientras inspeccionaba el hollín. Se manchó los dedos y se los llevó a la nariz, no detectó restos de aceite o combustible, y no había cenizas y rastrojos, ni restos que parecieran una hoguera y que aportarían algo de luz a lo que había pasado allí. Parecía que las llamas habían surgido de la nada y habían trepado por la piedra como si tuvieran vida propia.

El Alma en LlamasWhere stories live. Discover now