Capítulo 2: Instituto mixto de enseñanza laica Príncipe Byro (cont.)

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El vestuario estaba ocupado por una veintena de chicos en diferentes grados de desnudez. Reyja y los otros localizaron sus taquillas y empezaron a quitarse la ropa.

—Si quieres hablar con Bilgert —le dijo Reyja mientras se cambiaba de camiseta—, es aquella puerta de allá. Pero te aviso que no creo que resulte.

—Tengo que intentarlo —suspiró Suke. Pensó en agradecer el consejo y la ayuda pero Reyja parecía demasiado ocupado.

Esquivó chicos y bolsas de deporte y consiguió llegar a la puerta del gimnasio. Tras ella, cientos de gradas se disponían en un inmenso anfiteatro. Un tipo menudo y arrugado, vestido con ropa deportiva holgada de un llamativo color rojo, esperaba repasando sus notas.

¿Ese era Bilgert? No parecía muy aterrador.

—¿Señor...? —empezó a decir.

—Señor era mi padre —dijo el tipo con voz seca—. A ti no te conozco. ¿Dónde está tu ropa?

—A eso venía, ¿Bilgert? —dijo, dudando de nuevo como referirse a ese personaje—. No puedo hacer gimnasia.

—Justificante médico —dijo sin ni siquiera molestarse en mirarle.

—No lo llevo.

—Pues entonces ve a cambiarte —sentenció sin miramientos—. Nadie se libra de esta clase sin un justificante médico.

—¿Ni con una pierna rota? —preguntó Suke empezando a desesperar.

—¿Tienes una pierna rota?

—No, pero...

—Ve a cambiarte —repitió sin alterar lo más mínimo su expresión—. Tienes cinco minutos.

—Pero...

—El tiempo corre, chico nuevo. No quieres enfadarme el primer día, ¿verdad?

—No, señor —suspiró Suke.

«Al menos», se consoló al ver salir al resto de la clase vestido ya con la ropa deportiva «no tendrás que desnudarte en público». Pero al contemplar el uniforme de gimnasia, se dio cuenta de que eso era un pobre consuelo. La camiseta deportiva apenas cubría su pecho, el cuello quedaba al descubierto y con él, la enorme cicatriz estrellada que lo rodeaba por completo a la altura de las clavículas. Con pulso vacilante, empezó a desabrocharse la camisa, intentando pensar una buena explicación para la colección de marcas que adornaban su cuerpo.

Un sonido llamó su atención, Reyja estaba allí y le observaba con curiosidad. ¿Por qué no se había ido con los otros chicos? Se acercó a él, con el mismo aire distante con el que le había sujetado la barbilla por la mañana. Suke retrocedió pero la taquilla evitó su retirada. Reyja se aproximó a él mucho, demasiado, apenas unos centímetros les separaban, mucho menos de lo que el decoro consideraba correcto. Suke le miró desafiante e intentó salir de allí, pero Reyja le empujó contra las taquillas de nuevo.

—¿Qué estás haciendo? —dijo Suke, rayando la desesperación.

Reyja no contestó. Con los dedos, abrió la camisa y examinó la cicatriz del cuello, después continuó desabrochando cada botón, exponiendo cada una de sus cicatrices. Pasó sus dedos por el dibujo en carne que marcaba sus clavículas.

—¿Cuál es tu historia? —preguntó, cediendo en su presión y permitiéndole apartarse.

—No quiero hablar de ello —dijo Suke cerrando de nuevo la camisa y sentándose en el banco. Tenía que respirar, se había olvidado de hacerlo. Estaba temblando. Tenía que... —. No puedo salir —confesó luchando contra el llanto.

El Alma en LlamasWhere stories live. Discover now