Capítulo 6: Nubes de Tormenta (2ª parte)

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Una constelación de puntos rojos, amarillos y azules, se extendía por la pared del despacho formando un panorama desolador. Los puntos blancos eran casos de desapariciones sin cuerpo sucedidos seis años atrás. Cuando Caled le había preguntado por qué seis años, Kobe no había sabido responderle con claridad, pero ahora se planteaba el contarle parte de la historia porque esos puntos blancos apenas se veían en el mosaico de colores que se formaba ante él. Bajo esos puntos, estaba el mapa del reino. Los rojos se habían multiplicado por todas partes, eran los casos que habían aparecido en el año en curso. Todos eran desapariciones sin cuerpo. Eran muchas. Demasiadas.

—Cielos —balbuceó Caled al contemplar el panorama—. ¿Cómo nadie...?

—Son casos aislados, pueblos pequeños, parecen accidentes —explicó Kobe—. Ahogados, calcinados, enterrados... pero todos desaparecidos. Todos dados por muertos. Y todos, en algún momento, poseedores de vincios.

—Mierda —masculló Caled—. ¿Es lo que creo que es?

—No podemos asegurarlo —dijo Kobe, no quería precipitarse pero toda la información estaba allí, en esa pared.

—Voy a decirle a mi hermano que tenga cuidado. Trabaja como bombero en Capital controlando un vincio de agua. Es un buen hombre, pero... Le diré que vaya a aquella zona vacía de allí. ¿Qué zona es esa?

—Lederage —murmuró Kobe abriendo mucho los ojos. Era cierto, las desapariciones se concentraban en las zonas de ciudades pero ni una sola se había acercado a Lederage. Lederage era un lugar seguro. Era como si fuera lo que fuera se mantuviera a distancia—. Lederage es el único lugar en el que no ha habido desapariciones.

—¿Cree que actúan desde allí? —preguntó Caled.

—No —negó Kobe—. Creo que están evitándolo a propósito.

—¿Quiénes? —se extrañó su detective—. ¿Y por qué? ¿Qué hay en Lederage que los mantiene alejado?

—Nada —murmuró—. Ya no hay nada.

*

—¿Qué demonios es eso? —exclamó Suke mientras bajaba las escaleras de su casa con una mano en el bolsillo y otra sujetando la cesta de comida que le había preparado la señora Iserins.

 Tal y como habían quedado la semana anterior, Reija iba a llevarle al lago. «No», se corrigió. «Iba a decirle a Pazme que nos llevara al lago». Pero no había ni rastro de la madrastra, en su lugar, Reyja le observaba con su sempiterna sonrisa burlona montado en una extraña máquina de dos ruedas que resonaba como si tuviera una jauría de truenos dentro de la pequeña caja.

—Pues... una motocicleta —contestó su amigo—. ¿Nunca habías visto una?

—No... ¡Claro que sé que es una motocicleta! —gruñó—. ¿Por qué tienes una motocicleta?

—Es para ir al lago —explicó—. No está muy lejos, unos cinco o seis kilómetros, pero hay que subir bastante y no me apetece caminar.

—Pensaba que íbamos a ir con Pazme.

—Cambié de opinión —dijo encogiéndose de hombros—. Llevar a Pazme significa llevar a Valenda, y eso significa aguantar su charla todo, todo, todo el día y no tengo ganas. Así que recordé que tenía esta joya guardada en el garaje desde mi último cumpleaños y pensé en sacarla a dar una vuelta.

—¿Sabes conducirla? —preguntó Suke, examinando con curiosidad el artefacto. Las había visto varias veces pero nunca había tenido la posibilidad de inspeccionar una de cerca.

—Ajá —asintió Reyja—. Sube y te lo demostraré.

—¿Dónde se supone que voy yo? No llevas sidecar.

El Alma en LlamasWhere stories live. Discover now