Capítulo 4: La Familia del Marqués (3ª parte)

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No le gustaban los vincios.

Puede que no fuera la persona más objetiva para opinar sobre el asunto pero no le gustaban. No era que tuviera algo en contra de ellos era que no quería que existieran, tan simple y tan sencillo como eso. Su padre, el de verdad, decía que el problema no estaba en los vincios, sino en la esclavitud. Y Suke estaba de acuerdo, pero solo en parte.

Una vez, hace tiempo, conoció a un alquimista que había creído que se podía revertir el vínculo, hacer que los vincios volvieran a ser humanos normales. Pero, que supiera, eso solo había funcionado una vez y puede que ni eso si recordaba el cercano incidente de Lederage. Ahora el alquimista yacía muerto y todo aquello que podía permitirle soñar con un mundo nuevo había sido reducido a un montón de escombros.

Le extrañó que hubiera un sitio como Mivara, que había prohibido la posesión de vincios. Era una ciudad dormitorio, poco más que un lugar de residencia para ricos que tenían muy lejos el origen de sus ganancias; las fábricas y las minas que empleaban vincios para funcionar. Un pequeño trozo de paraíso lejos del cielo que vivía a expensas del cercano infierno.

Suke no podía evitar dedicar miradas esquivas a la mujer que se sentaba a la diestra del marqués. Tenía el mismo aspecto delicado que todas las vincios de agua, con la piel de color azul oscuro y el cabello turquesa. Tampoco parecía cómoda en esa situación, era como si su presencia fuera una muestra de la voluntad de su amo. Puede que no fuera una esclava pero estaba lejos de ser libre.

El padre de Reyja parecía una versión madura de su hijo. El mismo rostro atractivo, la misma barbilla masculina, los mismos ojos azules... Pero sus rasgos eran más duros, como si el tiempo hubiera afilado sus facciones. Había algo en su pose que le desagradaba profundamente y no sabía qué era. No había nada en Reyja que le inspirara esa sensación de profundo desprecio hacia todo lo que le rodeaba. A pesar del comportamiento arisco del joven, no había sentido en ningún momento que le hiciera pensar que era alguien mezquino.

Contempló con tristeza la silla vacía que había delante de él, Reyja había mandado a uno de los criados con una vaga disculpa que se resumía en el hecho de que el joven no les acompañaría esa noche.

—Disculpen a mi hijo —dijo Arinsala con una mueca—. Siempre demuestra una clara indiferencia hacia sus obligaciones. Supongo que está en una edad difícil.

—Debe ser eso —dijo Kobe con frialdad, tampoco él parecía cómodo con la presencia de la mujer en la mesa. Aunque le había parecido intuir su  mirada de escrutinio policial cada vez que observaba al marqués—. Lo extraño es que su comportamiento en mi casa ha sido impecable. Incluso ha sido él el que me ha recordado la cena. No pretendía ofender —se apresuró a aclarar mirando a Pazme—, pero ha sido un día duro en el trabajo y no lo recordaba.

—Sí, Reyja sabe quedar muy bien ante los extraños —dijo Arinsala con amargura—, será un magnífico marqués.

—La cena está deliciosa —dijo Kobe cambiando de tema, sonriendo de nuevo a la madrastra de su compañero de clase. Suke alzó una ceja ante la evidente señal. Kobe era un hombre atractivo y no era extraño que se presentara en casa, de vez en cuando, con alguna conquista. Ninguna había durado mucho y, a veces, Suke se sentía culpable por ello. Pero la mujer del marqués... ¿no era demasiado problemático?

—Me han dicho que vas a clase con Reyja —le preguntó directamente Arinsala.

—Así es —contestó Suke—. Pero es el primer día.

—¿Son lo bastante estrictos? Porque no parece que Reyja esté recibiendo suficiente disciplina. Creo que la gente está demasiado influida por algunas anécdotas de su pasado y...

El Alma en LlamasWhere stories live. Discover now