Capítulo 6: Nubes de Tormenta (3ª parte)

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Reyja se rio con ganas. Tenía muy presente la mueca de absoluto terror que había puesto su amigo justo antes de tocar el agua. Soltó un par de carcajadas más sin dejar de mirar la superficie del lago.

¿Por qué no salía?

—No vas a conseguir asustarme —advirtió—. Aún no ha nacido el que sea capaz de hacerme picar en un truco como ese. —En cualquier momento, su amigo aparecería cabreado, cómo no, con la ropa empapada y soltando juramentos. Pero le duraría unos minutos y luego se reirían los dos. Intentaría devolvérsela y él se dejaría. Así era como se suponía que tenía que ser.

Pero Suke seguía sin salir.

Las ondas que había causado el cuerpo del joven comenzaban a desaparecer.

—Vale, tú ganas —gritó, empezando a preocuparse—. Oye, lo siento. No volveré a hacerlo. Soy un cabrón.

No había respuesta.

Nada.

Reyja esbozó una sonrisa nerviosa y empezó a caminar de un lado a otro sin perder de vista el sitio en el que su amigo había desaparecido. La piscina era profunda y el tiempo de abandono había cubierto de verdín el embaldosado. No se podía ver el fondo.

«No veo nada, ¡mierda!», gruñó para sí. Casi sin darse cuenta, se había quitado los zapatos y continuaba con la camiseta.

—Como sea una broma me vas a oír —murmuró, mientras al mismo tiempo rezaba para que lo fuera. Porque si no lo era...

«¿Y si...?».

De repente, quitarse los pantalones no parecía tan importante. Ahora la urgencia dominaba sus actos. Sin pensarlo dos veces, y lamentando el tiempo perdido con absurdos comentarios, se arrojó a la piscina, más o menos por la zona en la que había desaparecido Suke.

Sus músculos se contrajeron al entrar en contacto en el frío medio, pero Reyja no se inmutó. Abrió los ojos, intentando localizar a Suke. Los rayos de sol que se filtraban por los ventanales no llegaban muy lejos así que su visibilidad se reducía a un par de palmos de distancia. Por fortuna, su amigo no estaba muy lejos de dónde le había tirado y de dónde él había saltado. Todavía movía las piernas intentando salir, pero el peso de la ropa y cierta falta de sincronía hacían que sus gestos fueran bastante inútiles.

Reyja dio un par de brazadas para llegar hasta él. Se abrazó a su cintura y con una serie de vigorosos movimientos consiguió llevar a su amigo hasta la superficie. Le costó un poco más acercarlo hasta la orilla. Por suerte, Suke no había perdido el conocimiento así que lo dejó agarrado al borde, resollando, y salió primero él para ayudarle a subir.

Suke se quedó quieto sobre el mármol, encogido sobre sí mismo, con la espalda arqueada y la cabeza en las rodillas. Temblaba. Temblaba como si no fuera a para nunca. Reyja nunca había visto a nadie temblar así.

—Suke... —empezó a decir—. Suke, lo siento mucho.

Suke hizo un gesto con la mano para hacerle callar, sin molestarse en dirigirle la mirada. Apretaba los puños con tanta fuerza que sus nudillos se estaban poniendo blancos.

—Suke... —dijo Reyja, y acercó una mano para tranquilizarle.

Suke le apartó de un manotazo.

—No me toques —masculló, en un tono que podía cortar el cristal.

—Suke, lo siento mucho. —¿Cómo podía hacer para qué lo entendiera? No había pretendido hacerle daño, esa posibilidad ni siquiera se le había pasado por la cabeza. «¿Y si hubiera tardado un poco más? ¿Y si no le hubiera encontrado tan rápido?». El terror que había sentido al ver que su amigo no aparecía todavía comprimía su pecho—. No pensé que...

El Alma en LlamasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora