Capítulo 4

2K 155 6
                                    

Una vez fuera del edificio, Shiroyama y yo nos dirigimos a ningún lugar en particular, por un momento creí que iríamos a su consultorio, pero inesperadamente nos detuvimos en el parque del centro de la ciudad y ocupamos los columpios. La brisa primaveral es agradable y no hay mucha gente por aquí; me sorprende sentirme cómoda en un lugar como este, cuando normalmente me sentiría nerviosa y más tímida de lo normal. A veces termino pareciendo una lela que se ha olvidado de cómo juntar las letras para formar una palabra coherente.

—¿Cómo te sientes?

—Bien. Yo... Lo siento por lo de hoy, es la primera vez en mucho tiempo que leo en voz alta, no pude evitarlo. Creí que lloraría.

—No te disculpes, fue mi error. Leí tu nombre y lo dije por inercia, no pensé en las consecuencias.

—Yuu... Quiero decir, señor, o profesor Shiroyama... —bajo la mirada a mis manos nerviosamente—. A decir verdad, no sé cómo debería referirme hacia ti ahora.

—No me digas señor, me haces sentir viejo —oigo su voz divertida—. Tengo treinta años, pero mi espíritu aún es joven.

Levanto la cabeza con rapidez, cualquiera diría que me he sobresaltado por el sonido fuerte de su teléfono, pero en realidad he reaccionado a sus palabras. Shiroyama se disculpa mientras se aleja para tomar la llamada, mientras yo solo puedo balancearme suavemente y hundirme en mi nube de preguntas. En este poco tiempo que llevo conociéndolo, jamás podría haber imaginado que tiene treinta años, porque no lo parece en absoluto.
¿Treinta años? Se ve demasiado joven para ser un profesor y psicólogo. Incluso con esa casi inexistente arruga que le cruza la frente, no aparenta más de veinticinco años.
Minutos después, Yuu regresa a mi lado y soy consciente de que su humor ha cambiado considerablemente e intenta ocultarlo con una sonrisa. Lo sé, pero no pregunto. Aprendí con el tiempo que, cuando alguien te da esa sonrisa, es mejor no decirle que lo has notado.

Tenía a alguien en Francia, no era exactamente un novio, pero sí alguien con quien pasaba el rato; tenía dos o tres años más que yo, y era de esos chicos que intentaba no incomodar a las personas que lo rodeaban, si algo le jodía intentaba ocultarlo y daba ese mismo tipo de sonrisa que Yuu tiene ahora. Si le preguntaba qué sucedía, me respondía que no me metiera en sus asuntos.

Espero que Yuu no sea ese tipo de persona difícil.

—¿Cómo van las cosas en casa? ¿Tu madre te está ayudando?

—Sí. De hecho está bastante decidida a hacer todo lo necesario para que esto prospere.

—¿Crees que sería bueno para ti que alguien más te apoye en esto?

Su pregunta me deja perdida, intento descifrar lo que eso significa, pero no entiendo. Lo miro, expectante y Yuu me devuelve la mirada esperando una respuesta. No sé qué debería decir, ahora mismo mis ojos han bajado hasta sus labios y roban mi atención; la lengua se me pega al paladar y trago saliva dificultosamente.
No puedo estar pensando en esto, maldita sea.

—No deberías procesar tanto las cosas, Mickaellie.

Me levanto para romper el momento y él me imita, proponiendo ir al centro comercial. La idea me aburre, pero no puedo negarme, soy prácticamente arrastrada allí. La gente se amontona en la acera, cruzan de aquí a allá y el tránsito es un caos. Los escaparates están llenos de luces y carteles que llaman la atención incluso de día, por lo que la gente se detiene constantemente y nos obliga a caminar lentamente.
Entre todo el revuelo, visualizo un pequeño comercio que se halla casi vacío y al cual todos pasan de largo: Una floristería.

Chillo de emoción, sorprendida; hay flores de todos colores, radiantes y hermosos.

—Quiero llevarle un ramo a mi madre.

Un suspiro y mil disparos | the GazettEWhere stories live. Discover now