Capítulo 13

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Hace media hora que mi madre está gritando algo sobre la responsabilidad y la puntualidad, pero no me interesa, porque no he hecho nada malo. Si tan solo supiera...

—A ver, ¡te estoy hablando y haces como si no existiera!

—Sí, mamá, entiendo lo que estás diciendo.

—Casi dejas plantado al doctor, ¡y con lo importante que es la terapia...!

—El tránsito era un caos, ¿qué querías que hiciera? No puedo manejar al mundo.

—¿Por lo menos te has disculpado con él?

—Sí, mamá. Es la primera y última vez que llego tarde, lo prometo.

—Tienes suerte de que él sea una persona comprensiva —farfulla mientras se va a la cocina.

¿Qué acaba de decir? ¿Yuu Shiroyama, una persona comprensiva? Ojalá nunca se entere de lo que es capaz ese hombre.
Voy a mi cuarto y pongo música mientras me suelto el pelo, pasando de largo el hecho de que mi teléfono no ha dejado de sonar desde que salí del consultorio. No tardo en cantar todas las canciones que se reproducen a grito de guerra. Me encanta que el sonido aplaque todas mis preocupaciones en este momento, ¿A quién le importa la fiesta de esta noche? Puedo hacer mi propia fiesta con patatas fritas, alguna bebida sin alcohol y la música que me gusta.
Al cabo de dos horas, la puerta de mi cuarto es golpeada.

—¡Mickaellie! —la voz de mi madre se oye por encima de la música— ¡Mickaellie!

Mi madre está toda arreglada. Al parecer hoy todos se van de juerga y la única tonta que es lo suficientemente asocial para salir soy yo.

—Me voy, cariño, tengo que ayudar a unas compañeras de trabajo a arreglarse —informa revolviendo su cartera—. Al parecer tendremos una cena y un anuncio importante en la compañía.

—¿Van a ascenderte? Trabajaste mucho por el puesto y gracias a ti la constructora está de maravilla, no me sorprendería que lo hicieran.

—La verdad es que no lo sé, pero le caigo bien al jefe —me sonríe, tendiéndome un billete—. Voy a llegar muy tarde, pide comida al delivery, ¿de acuerdo?

—Seguro. ¡Mucha suerte!

Ella se da media vuelta con esa sonrisa que hace mucho no veía y desaparece escaleras abajo. La verdad es que el puesto de ejecutiva en la empresa constructora más grande del país le viene como anillo al dedo. Es una mujer decidida y con carácter en cuanto a trabajo se refiere, por lo que mantiene todo en orden.
Feliz de tener la casa para mí sola, me coloco el pijama y conecto la música en los amplificadores de la sala. Bailo y canto como si estuviera en un escenario con el cepillo para el cabello haciendo las veces de micrófono. Un par de canciones pop viejas me hacen mover como si no hubiera un mañana -y de maneras vergonzosas- hasta que me canso y me voy a preparar un sandwich a la cocina. No tengo pensado comer pizza, ya que me propuse comenzar la dieta.

Suena el timbre, y me temo que mi madre ha vuelto, por lo que voy a abrir la puerta haciendo una imitación pésima de Michael Jackson. Entonces... ¿Alguna vez te has puesto a pensar en que el destino es una mierda? Pues yo sí. Son esos momentos donde dices: Tierra, ¿por qué no me tragas? Ni te molestes en devolverme, sólo trágame.

Es que no es para menos. Yuu Shiroyama está frente a mi puerta, todo perfecto y arreglado, mientras yo estoy, otra vez, como una zaparrastrosa con el pijama de Batman, despeinada... Y bailando Billie Jean.

—¿Q-Qué haces aquí? —la vergüenza viene en forma de sonrojo. Siento calor en mis mejillas.

—Quiero hablar con tu madre,  ¿puedo pasar? —responde mientras me da una clara repasada con la mirada.

Un suspiro y mil disparos | the GazettEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora