Capítulo 8

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"No quiero que las cosas se pongan raras."

Sus palabras me dieron vueltas en la cabeza por dos semanas y no supe qué hacer. ¿Que las cosas no se pongan raras? Podría haber esperado esa frase de Reita, pero, ¿Shiroyama? Con él las cosas fueron raras desde que lo conocí hace casi dos meses. Sé que parece muy poco tiempo, pero soy una enamoradiza profesional y, además, ¿quién podría resistirse a ese hombre?
Hoy tengo que darle mi informe del maldito libro, así que estoy dispuesta a aprovechar el momento para decirle lo que tengo guardado. Últimamente estuve actuando muy indiferente con él e incluso me atreví a saltarme una semana entera de las consultas para ver los ensayos de Ruki y Uruha. Si mi madre se entera, seguro se me va a armar una que ni todos los santos me salvan.

Así que estoy decidida a hablar con Yuu para que no le cuente a mi madre sobre mis ausencias.

Paso por las enormes puertas de hierro de la entrada y me encamino hacia el edificio. Estar en la escuela en estas semanas ha sido una tortura con todos los exámenes y lo único que quiero es un poco de paz.

—¿Por qué tan temprano, señorita Takarai?

Sé que la palabra paz no existe cuando viene acompañado del nombre de Yaku Kigari. Al ver que no respondo, me toma del brazo y prosigue:

—Me he enterado que Yuu es tu psicólogo... Me pregunto qué clase de problema tienes para ser paciente del mejor psicólogo de la ciudad —sus ojos agudos me escanean—. No me sorprendería que fingieras estar mal de la cabeza solo para aprovecharte. ¿Estás interesada en él y estás esperando el momento perfecto para ser algo más que su paciente?

—Ya suéltame —respondo sacando su mano de mi brazo—. Estás loca, ¿por qué pensarías algo así?

—Lo dices como si no pudiera notarlo. Ya entendí por qué no quieres ayudarme, también estás interesada, pero ¿sabes qué? No eres competencia para mí.

—Estás haciendo el ridículo, Kigari, nadie está compitiendo —ruedo los ojos—. ¿Es que no te queda claro? No me interesa en absoluto.

—Eso ya lo veremos.

Un poquito cabreada y con un subidón de adrenalina, me paseo por todo el patio trasero del edificio haciendo tiempo hasta calmarme. Procedo a entrar al edificio, encontrando el interminable pasillo lleno de alumnos caminando de acá para allá, y yo intento esquivar a todos para llegar al salón; eventualmente algo me detiene. Una mano en mi brazo, más concretamente. Quienquiera que sea, apuesto que está buscando la muerte segura, porque no estoy de humor.

—Disculpa, se te ha caído esto.

Miro hacia atrás y me encuentro con un chico sosteniendo el libro que Shiroyama nos lee en clases. ¿En qué momento eso se salió de mi mochila?
Mejor dicho, ¿cómo se salió de ahí?
Le lanzo una mirada para nada amable y le sonrío forzosamente, pensando en el hecho de que los extraños no deberían pagar los platos rotos de los demás y debo intentar ser educada. Él me devuelve la sonrisa y me percato del brillo de varias perforaciones que lleva en el labio.

—Eh... Gracias.

—Por nada, Mickaellie.

Abro la boca pero no salen las palabras, y quiero preguntarle cómo es que sabe mi nombre. Cuando un extraño sabe tu nombre, tienes que preocuparte de inmediato; en otros casos deberías salir corriendo sin importar si pareces una loca paranoica.

Él se percata de lo que voy a preguntar y se me adelanta diciendo: —Está escrito dentro. ¿Ese es tu nombre, no?

—Sí.

Deja el libro en mis manos y no puedo evitar darle una repasada rápida con la mirada desde el cabello castaño hasta las botas desgastadas. No tiene pinta de estar yendo a clases, lo cual me parece curioso.
¿Te soy sincera? Sería totalmente mi tipo, si no estuviera tan loca por... Bueno, ya sabemos quién.

Un suspiro y mil disparos | the GazettEΌπου ζουν οι ιστορίες. Ανακάλυψε τώρα