TRES.

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Debía admitir que me sentí un poco sola cuando Thomas y Lauren se alejaron para "hablar" hasta perderlos de vista. Mackenzie seguía en un rincón del lugar con ese chico desconocido, aunque ahora estaban besándose, la escena me daba asco, así que decidí ignorarla y acercarme a la mesa donde se encontraban varias bebidas, solo pude identificar una, así que tomé un poco de ponche con un cucharón y lo serví en mi vaso, para luego apoyarme sobre la mesa una vez más viendo y analizando todo lo que hacían esas personas desconocidas que compartían lugar con mi presencia.

Después de unos minutos me cansé de estar ahí, las gotas de sudor ya bajaban por mi rostro y estaba empezando a asfixiarme, por lo que decidí caminar esquivando a todo aquel que se entrometía en mi camino hasta llegar a donde se encontraba Mackenzie. Ignorando la escena tan repugnante toqué su hombro haciendo que ella se alejara instantáneamente de aquel chico desconocido y me mirara con sus mejillas sonrojadas, la miré a los ojos y solo con eso ella supo lo que quería, así que asintió aprobando mi idea.

No me lo pensé dos veces antes de salir casi corriendo del lugar, pude respirar bien una vez que abrí la puerta y la brisa nocturna golpeó mi rostro haciendo que suspirara profundamente disfrutando del aire que golpeaba mi rostro, básicamente sentí como volvía el alma a mi cuerpo, así que caminé hacia mi auto para así poder salir de allí, pero en cuanto intenté encenderlo no funcionó, lo intenté unas cuantas veces más, tres tal vez, pero nada funcionaba, gemí frustrada y pasé las manos por mi cara, bajé nuevamente del auto cuando empezaba a desesperarme, quería salir de ahí, quería volver a mi casa.

Recogí mi cabello en una coleta desordenada y abrí el capó del auto para revisarlo a ver si encontraba a alguna falla.

De algo me había servido haber ayudado a papá en su taller mecánico.

—¡Carajo!—exclamé cuando vi que el problema era más fuerte de lo que pensaba, no podría arreglarlo, tenía que llamar a algún experto, pero eran las dos de la mañana y no creía que algún mecánico estuviera trabajando a esa hora.

—Hey Belinda, puedo llevarte si quieres—me giré encontrándome con Thomas, quería negarme, de verdad quería. Pero también quería regresar a casa, en realidad nunca quise salir de ella. Aún así no estaba dispuesta a irme con alguien que a penas conocía, no sabía quién era y tal vez ni siquiera era de confiar.

Y sin pensarlo dos palabras (Está bien) salieron de mi boca por inercia, mis sentidos se paralizaron al darme cuenta del error que había cometido, y cerré mis ojos respirando profundo e intentando calmarme cuando una sonrisa ladeada se hizo presente en su rostro por segunda vez en la noche.

—Pero te juro que si llegas o al menos intentas hacerme algo, te rociaré de gas pimienta hasta dejarte ciego, y también te apuñalaré con mi pequeño anillo de cuchillo—le mostré mi mano donde yacía mi pequeño anillo el cual siempre llevaba en caso de que algo llegara a pasarme.

—Es un trato—respondió tratando de sonar serio, pero fue todo lo contrario.

Entonces me guió hasta un auto del mismo modelo que el mio, uno sencillo pero sin duda hermoso, ya mañana me encargaría de buscar algún experto para que me ayudara con respecto a mi coche.

Subimos al auto mientras yo trataba de mantener la calma, me sentía extrañamente nerviosa, así que le dí la ubicación luego de tomar aire para que mi voz no se escuchara entrecortada y él comenzó a conducir en silencio. El trayecto a casa fue muy incómodo y tenso, creo que fue uno de los momentos más tensos de mi vida. Íbamos por la mitad del camino cuando me dediqué a detallarlo tratando de no ser muy obvia, entonces ahí visualicé su cara de concentración y supe que no se daría cuenta. Su nariz era perfilada, sus ojos grises estaban posados en la carretera y sus labios estaban ligeramente entreabiertos por la concentración. Pude llegar a ver unas pequeñas marcas marrones esparcidas por sus mejillas, eran pecas que apenas lograban ser visibles, sin embargo si lo detallaba de cerca podía llegar a verlas.

Decidí dejar de mirarlo y miré hacia la ventana, el aire azotaba mi rostro y revolvía mi cabello, y aunque me despeinaría comencé a sentirme realmente bien sin sentido alguno, eso estaba más que claro. La luz tenue de la luna alumbraba cada rincón de Dexter iluminando hasta los rincones más profundos del lugar y creando una hermosa vista digna de admirar.

—Veo que te gusta observar los paisajes, ¿no?—preguntó el chico haciéndome fruncir el ceño pues él se había encontrado totalmente callado en todo el trayecto camino a casa.

—Un poco si—respondí mirando cada una de las facciones de su rostro, él sonrió contagiandome el gesto inmediatamente.

—Me agradas chica bonita, sé que apenas nos conocemos, pero ¿me darías tu número?

La pregunta me tomó por sorpresa así que duré unos minutos en silencio buscando las palabras adecuadas para responder, sin embargo cuando tenía la frase indicada una palabra salió de mi boca arruinando el momento.

–Si—contesté a pesar de que lo que tenía en mente era un "Claro, podrías escribirme cuando gustes".

—Bien—respondió y me indicó que en la guantera se encontraba una pequeña agenda con un lápiz, y que podía escribirlo allí, justo fue lo que hice siguiendo sus indicaciones al pie de la letra.

—Listo—dije guardando nuevamente la agenda en su lugar.

—Bueno, creo que hemos llegado a tu destino, chica bonita.

Por alguna extraña razón cada vez que escuchaba ese "chica bonita" de su voz, mi piel se erizaba, como si quisiera mostrarme algo, pero empezaba a pensar que si estaba teniendo serios problemas con mi cabeza.

—Muchísimas gracias, por traerme a casa. Espero que tengas una feliz noche—me apresuré a decirle para bajar del coche, sin embargo su mano me detuvo cuando uno de mis pies tocó el seco asfalto.

—Se que está demas pero me gustaría decirte, chica bonita, que tu personalidad me recuerda un poco a... Ada Shelby.

Achiqué mis ojos tratando de parecer ofendida aunque no lo estaba en lo absoluto, en realidad ella era uno de mis personajes favoritos de la serie. Aun así me preparé mentalmente para responderle lo mas cruel posible, pero esa idea se fue a la mierda cuando respondí una de las cosas más estúpidas que había dicho a mi vida.

—¿Si? Pues tu actitud hace que me recuerdes a Sherlock Holmes, que tal esa ¿eh?—Al instante sentí como mis mejillas se calentaron y en ese momento solo quise desaparecer de la faz de la tierra.

—Espera, ¿eso es un cumplido o una ofensa? Además, creo que te equivocaste de personaje, ojalá yo fuera como Sherlock Holmes—no respondí, simplemente bajé del coche inflando mi mejilla a punto de colapsar.

—Hasta pronto, chica bonita—dijo él para luego alejarse en su coche y dejarme ahí con la vergüenza plasmada en cada facción de mi rostro y pensando un sinfín de cosas.

La rosa de nuestro amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora