DIESCICIETE.

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El sol golpeaba mi cara aún teniendo un sombrero justamente para evitar eso. Mis pies se movían por más arena creando pequeñas figuras en ella, era nuestro último día en Grecia y no quería irme. La había pasado tan increíble que por un momento pensé en llamar a padre y decirle que me quedaría viviendo aquí.

Pero luego recordé que no podía dejarlo solo.

Entonces no tenía más remedio que volver a armar nuestras maletas—incluyendo la de Thomas—Y volver a pasar unas cuantas horas sentada sobre un avión con el trasero dormido. Parecía una pequeña niña pequeña haciendo un berrinche a Gray intentado convencerlo de quedarnos al menos un día más. Pero ya había comprado los boletos para el vuelo de esa misma tarde y en pocas palabras. Ya estaba hecho.

Una vez en la habitación tomé la bolsa con las distintas cosas que habíamos comprado para mí padre y mis amigas y la guardé en una cajita para que los adornos de vidrio no se estropearan, revisé cada rincón del cuarto hasta llegar a la mesita de noche. Donde estaba el árbol de plástico que Thomas había comprado para mí, pues según el era idéntico a aquel árbol perenne del cual me enamoré. Y no estaba equivocado, sin duda era casi lo mismo, pero solo que en versión miniatura, y no real.

Cerré la maleta una vez terminé de cambiarme, el chico ojos grises me veía expectante desde la cama, entonces recordé que ya no podríamos pasar tanto tiempo juntos... Ahora yo comenzaba mis clases, teníamos muy poco tiempo para pasarlo juntos, además de que el tenía que viajar nuevamente a El Consejo, pues tenía que terminar algunas cosas de la compañía.

Y me entristecía tanto tener que alejarme de él... Pero era por mi futuro, y mi persona siempre había tenido una cosa en claro, "Antes que cualquier persona, estás tú" Y para mí era la realidad.

El viaje se hizo más agotador de lo que esperaba, mi cabeza estaba a punto de explotar. Pues había pedido un sandwich y al parecer me había caído pésimo. El cansancio físico se hizo presente cuando entramos a la casa de Thomas, porque si. Me iba quedar esa noche con él.

Como el buen caballero que era me ofreció algunos medicamentos que no negué, y para mi suerte funcionaron pues poco a poco el dolor se fue aliviando, hasta que ya me sentía completamente bien.

—¿Te sientes mejor, chica bonita?preguntó mi chico mientras secaba su cabello con una toalla.

—Si, amor. Estoy muchísimo mejor.

Él se acercó con una sonrisa dulce y rozó nuestros labios sin llegar a tocarlos, tentandome a que yo lo hiciera, pero soy Belinda. Y antes que nada mi orgullo va adelante. Al final fue él quién juntó nuestros labios, el tacto suave no tenía nada de lujuria, era un beso cariñoso y bonito. Cosa que me encantaba de él.

—Te amo, pequeña—puse una mueca al oír el apodo que tenia Jason para mi, el pareció darse cuanta, pues en ese mismo momento corrigió su error—Chica bonita.

Y yo reí abrazándolo con mis manos y entrelazando nuestras piernas, puse mi cabeza en su pecho sintiendo como este subía y bajaba lentamente, su respiración golpeaba mi cabello moviendo algunos de estos, él pasó su mano por mi cintura, justo por la parte donde mi piel estaba expuesta. Reaccioné sobresaltada, pero luego de un segundo volví a acostarme en su pecho disfrutando de sus caricias en mi piel.

Y poco a poco mis ojos se fueron cerrando, y cuando estaba a punto de dormirme escuché su voz en mi oído con un "Te quiero" luego de dejar un beso en mi lóbulo izquierdo. Iba a responder, pero el sueño me ganó y al final mis ojos terminaron cerrándose solos.

***

Otro nuevo día significaba ir a la Universidad, odiaba levantarme temprano, y odiaba aún más a mi profesor de matemáticas. Ese señor fornido medía unos dos metros, su barba era muy larga y sus tatuajes le daban un toque intimidante. Su horrible voz pronunció mi nombre en un grito, así que quité mis ojos de la ventana y volví a prestar atención a su clase.

Con suerte no me había sacado de ella.

Salí de la clase con vida, eso era lo importante. Caminé hacia la cafetería en busca de mi mejor amiga, pero cuando estaba a punto de llegar unos brazos me tomaron por detrás. Unos brazos que conocía perfectamente, sonreí para mis adentros cuando olí aquella colonia Dior que tanto amaba.

—¿Qué haces aquí?—murmuré riendo, pero su respuesta hizo que borrara mi sonrisa del rostro.

—Vine a despedirme, justo ahora me voy a El Consejo.

Asentí evitando hacer un puchero, serían unas semanas solas y difíciles, pero con suerte ya la compañía estaba casi lista.

—Te quiero, mucha suerte—dejé un pequeño beso en sus labios luego de revisar que nadie nos viera, lo abracé por última vez y decidí volver a emprender mi camino a la cafetería. Solo que ahora mi ánimo había bajado muchísimo, y ya no estaba tan feliz.

—¿Quieres unas papas fritas?—preguntó Mack cuando me senté junto a ella, negué con la cabeza—. Igual no iba a dártelas.

No respondí a eso y tomé la banana que había traído para merendar, casi no tenía hambre.

—Ya se fue, ¿cierto?—un asentimiento bastó para que ella supiera que no quería hablar.

Era una estúpida al sentirme así, pero me había acostumbrado tanto a él que se me hacía un poco difícil alejarme, aunque era por unas semanas, me sentía sola. Y me odiaba por ello.

—Mira, te conozco Beli. Sé que no quieres hablar, pero si te sientes mejor en la noche iremos a comer con Elle. Ya sabes donde encontrarme.

Entonces ella se alejó a su clase sin decir nada más, solté un suspiro de frustración y tiré la banana a la basura, ya no tenía hambre. Tomé mi bolso y comencé a caminar hacia mi siguiente clase.

Prácticas de actuación.

La rosa de nuestro amorWhere stories live. Discover now