VEINTICINCO.

15 3 0
                                    

Me habían dado de alta esa misma mañana. Eran aproximadamente las diez de la noche y yo no podía siquiera cerrar mis ojos. Me estaba consumiendo poco a poco, tenía dos noches sin dormir absolutamente nada.

Thomas tenía su brazo abrazando mi vientre, al contrario de mí el estaba profundamente dormido a mi lado, quería ser como él. Tan fuerte ante las adversidades, lo veía como si nada hubiera pasado y aunque me molestara un poco, en fondo me gustaba lo fuerte que era.

Un teléfono sonó por la habitación, no era el mio pues la melodía era totalmente distinto, así que deduje que era del chico que estaba a mi lado. Con sumo cuidado lo llamé levemente y pasé mi mano por su hombro, él se removió en su lugar, pero se volvió a quedar dormido. Así que no tuve más opción que quitar la sábana que tapaba mi cuerpo y acercarme hasta la mesita de noche para tomar y descolgar el teléfono.

Llamada entrante de: Valeria.

Valeria, la madre de mi novio, solo estaría llamando por una razón. Mi suegro. Corrí nuevamente a la cama y comencé a moverlo con más fuerza.

—Maldita sea, Thomas. Es tu madre.

Y solo esa frase bastó para que el chico se levantara sobresaltado y tomara el teléfono rápidamente.

—¿Aló?—contestó con voz adormitada—, ¿qué? ¡Mierda!

Y tras esto salió de la habitación en bermudas y sin camisa, tal cual como estaba hace unos minutos. Yo me quedé estática en mi lugar intentando entender la situación. Pensaba en si era conveniente ir o no ir. Y entonces él volvió a aparecer en la habitación

—Amor, vístete. Irás conmigo.

Obedeciendo su órden me vestí con lo primero que se me cruzó en el camino. Un conjunto de hacer ejercicio. A las diez de la noche.

Salí de la habitación tomando mi celular e intenté no caerme por las escaleras como siempre pasaba cada vez que iba apurada, agradecí al cielo que no fue así y pude llegar sana y salva al auto.

—¿Qué pasó, Wolfhard?—pregunté, no iba a quedarme con la duda.

—A papá le dio un pre infarto. Espero que esto no pase a más, florecita. Si no... la única opción que nos queda es ir a vivir a El Consejo, cielo es el único lugar donde pueden hacerle un buen tratamiento.

Hice un ademán de hablar pero las palabras se atoraron en mi garganta..., ¿a vivir? Y ahí empecé a pedir que ese señor mejorara, pues no me imaginaria mi vida con Thomas a mil kilómetros de distancia.

Para llegar al El Consejo teníamos que conducir mínimo unas cinco horas, y Thomas no vendría diariamente para verme a mí. Él no podía dejarme, no ahora... pero comprendí que ese señor era su padre, y siempre por delante va a estar la familia.

¿Entonces me dejaría? ¿Se iría así como así?

Todos estos pensamientos fueron interrumpidos cuando el auto se parqueó a fuera de la casa de sus padres, había una ambulancia afuera de esta cosa que al parecer preocupó más a mi chico y a mí, ¿qué le estaba pasando a mi vida últimamente? ¿Por qué todo iba tan mal?

Trotamos hacia la puerta de la casa Wolfhard, la cual ciertamente no era la gran cosa. Era una casa pequeña de madera de un solo piso, y me gustaba. Algún día me gustaría tener una así.

La madre de Thomas nos recibió con una expresión que jamás había visto en ella, sus mejillas estaban rojas y por estas caían algunas lágrimas, y si él... ¿murió? Mi novio la tomó entre sus brazos y por primera vez pude ver algo de afecto sincero entre ellos dos, mi chico se mantenía en calma aunque sabía que en lo más profundo de su corazón estaba preocupado por su padre. ¿Y quién no lo estaría?

—¿Qué ha pasado, madre?—le preguntó aún con sus brazos rondado el delgado cuerpo de la mujer.

—Él va a morir Thomas... si no nos largamos rápido él....

Y eso bastó para que el chico la soltara y me mirara a los ojos. Yo permanecía estática en mi lugar, sin pronunciar al menos un monosílabo, sus ojos me preguntaban algo, pero por primera vez no supe descifrar que era lo que quería decirme.

Entonces su madre lo tomó por el brazo ignorando mi presencia y lo llevó por un pasillo dejándome completamente sola. Confundida miré hacia los lados encontrándome un sillón no muy lejos de donde estaba y caminé hacia él mientras pensaba.

Mi vista se había perdido en la profundidad de la casa, no paraba de repetir las mismas preguntas en mi cabeza, no sé cuánto tiempo había pasado cuando unas largas manos tomaron mi hombro, me giré mirando a la señora que me veía fijamente.

—Te juro que haré que te deje Belinda. Jamás volverás a estar con mi hijo.

La miré sorprendida, ¿qué estaba diciendo?

—¿Por qué es así, Valeria? ¿Qué mierda le he hecho para que me trate así?

Y ella echó a reír.

—Oh, nada querida. Solo no me gustaste, desde un principio he tenido la idea de alejarte de mi hijo. Pero esa mierda cambió cuando te dio la maldita ganar de quedar embarazada.

—¿Y cómo sabe usted eso?—pregunté con curiosidad.

—Tengo mis contactos, querida. Por razón puede que le hiciera algo a esa pobre criatura...

Retrocedí dos pasos intentando procesar esa información.

—¿Q-qué...?

—Ah, ¿no lo sabes?—negué con cautela sintiendo mi corazón latir con fuerza—. Tal vez recuerdas haberte tomado un café o algo así.

Me tenía que estar jodiendo.

Entonces recordé, el auto, ese día... su risa me acababa de confirmar lo que estaba pensando.

Eric.

Reprimí un jadeo y contuve mis ganas de llorar, esa maldita señora era la culpable de que mi pobre bebé.... muriera. Y mi mano impactó justo en su mejilla y tras eso salí corriendo del lugar sin botar una sola lágrima, no lo haría mientras estuviera cerca de esa morada.

Porque si algo tenía yo, era ser orgullosa hasta el día de mi muerte.

La rosa de nuestro amorWhere stories live. Discover now