VEINTINUEVE.

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Bien, aquí vamos.

Entré al hospital por primera vez luego de dos semanas en El Consejo, había insistido en venir antes pero Thomas me obligó a quedarme en casa para guardar reposo. Pensé que este lugar me recibiría con las típicas paredes blancas y el horrible olor a desinfectante. Pero no fue así.

Las paredes eran coloridas, algunas de azul, otras de rosa, verde, naranja entre muchos otros colores. Me sorprendí al notar un olor floral en el ambiente, jamás había visto un hospital así. No había casi gente, tomé mi teléfono y abrí el chat de Thomas donde decía el número exacto de la habitación, siento sesenta y nueve, piso tres a la izquierda.

Subí por el ascensor, este me llevó hasta el piso donde se encontraba mi novio, seguí sus indicaciones y no tardé mucho en llegar al lugar. Tomé el pomo de la puerta sintiéndolo caliente, odiaba el horrible calor que hacía en ese lugar, pero tenía una mínima esperanza de que mi cuerpo se adaptara a ese nuevo clima.

El aire acondicionado me hizo sentir como en casa, pero al ver el hombre en la cama todo este sentimiento se esfumó para ahora convertirse en un terrible sentimiento de horror. Era increíble lo mucho que una persona podía desgastarse gracias a una enfermedad, no podía creer que el hombre que tenía al frente era el mismo que había conocido un mes atrás.

—Hola, Belinda—oír su voz rasposa me dio tanto sentimiento que casi corro hacia él y lo abrazo hasta dejarlo sin aire.

—Hola, señor...—respondí acercándome hacia él—¿Cómo se siente?

—¿Sabes? Pensé que no sería tan malo, pero en este punto solo quiero irme.

Reprimí un jadeo al oír que se estaba abriendo conmigo. No me lo creía.

—Lamento como te traté, sé que eres una buena chica. Y por favor te pido que jamás dejes solo a Thomas, no me queda mucho tiempo, solo quiero que..

No pude aguantar y me agaché un poco envolviendo su delgado cuerpo con mis manos, con su mano el acarició de forma brusca mi espalda. Entonces susurré en su oído.

—No puede irse aún, señor. Tiene que conocer a sus nietos.

—¿Estás embarazada?—negué con tristeza—. Pero quieres estarlo.

—La verdad es que sí—y la puerta se abrió nuevamente, por ella entró Thomas con una bolsa que supuse que era de comida, me alejé de su padre y ahora me acerqué a él haciéndole una seña para que quitara su mueca de confusión.

Él me tomó por la cintura y depositó un suave beso en mis labios, luego se giró hacia su padre sacando la comida de la bolsa para comenzar a dársela.

—Bien, padre. Intenta al menos comerte un poco de sopa, no importa que no sea toda.

Orlando asintió sin más remedio, entonces mi chico le dio la primera cucharada y la primera arcada de vómito vino a mi suegro.

—Bel, ¿puedes traerme agua amor? Está en la mesita de noche.

Caminé hacia donde me indicó y tomé la botella de agua mineral acercándome a ellos nuevamente. A la quinta cucharada ya mi suegro no aguantaba más.

—Ya déjalo así, amor—le pedí y Thomas asintió de mala gana—. ¿Le gustaría comer algo más?

—Me apetece una pasta con carne y un helado, Bel. ¿Tú podrías...?

—Papá—le reprendió mi novio y yo reí.

—Bien, la iré a preparar y la mandaré con alguien más. Tengo algo que hacer.

Por primera vez pude ver un atisbo de sonrisa genuina en el señor, me despedí de mi chico dejando un beso en sus labios y salí del hospital rumbo a casa.

La rosa de nuestro amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora