NUEVE.

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Al llegar a la entrada el gentío se hizo presente haciendo que pusiera una mueca, no me gustaban los lugares donde había mucha gente, sin embargo quise parecer lo más feliz posible, pues solo el hecho de estar con él chico me hacía realmente cómoda y ¿por qué no? También me sentía extrañamente feliz.

Mi mirada iba de un lado a otro, bailando como los chicos en su fiesta de graduación, esto con el fin de conseguir a mi amiga en cualquier parte del lugar, caminamos hacia el puesto de algodón de azúcar que en ese momento era mi dulce preferido, Thomas canceló la bola de azúcar rosada y me la entregó. Sin dudarlo empecé a quitarle pequeños pedazos e iba introduciendolos en mi boca, pues me gustaba que cuando tocaba mi lengua se desaparecía dejando el sabor dulzón en mis papilas gustativas.

Caminamos unos minutos más hasta que por fin visualicé a mi amiga sentada en un banco con el chico desconocido con el que había estado en todas las fiestas. Pensándolo bien, nunca le había preguntado sobre él, así que vi esa como la oportunidad perfecta para acercarme hacia ellos con mi cara desagradable con el fin de, ¿asustarlo?.

—Eh—me aclaré la garganta llamando la atención de los dos chicos, entonces miré mejor al desconocido. Era pelirrojo y muy blanco, tenía una pequeña barba roja de pocos días, era realmente lindo, aún así no me dediqué a mirar todos los detalles de su cara, más bien decidí hablar con el tono despectivo de una amiga celosa.

—¿Tú quien eres? Te he visto antes en las fiestas...

—Oh si, mi nombre es Leamdro, puedes decirme Leam—su voz sonó tan apenada como la de un niño de catorce años.

—Bien, desconocido. ¿Qué quieres con mi amiga?

—Belinda...—susurró mi amiga en tono de advertencia.

—Chica bonita, vamos a la montaña rusa, después te compraré un helado—fue Thomas quien decidió intervenir en la situación más tensa de mi vida, para su suerte con eso logró distraerme completamente y asentí como una niña pequeña y ansiosa por subir al juego.

****

El cielo iba tornando un color anaranjado mientras el sol se escondía detrás de las grandes montañas de Dexter. La tarde se había pasado tan rápido que cuando me dí cuenta eran casi las siete de la noche. Mientras Thomas, Mackenzie y el desconocido comían unos tacos mexicanos que habían comprado en una tienda, yo disfrutaba de un rico helado de chocolate, pues no tenía hambre debido a las múltiples cosas que Thomas había comprado para mí.

Para mí el hecho de regalarle cosas en exceso a una mujer me parecía realmente innecesario, incluso me negué a muchas cosas como las palomitas, una hamburguesa, etcétera, pero él chico seguía insistiendo y al final tenía que aceptarlas.

Cuando terminaron de comer tomé el pequeño peluche que había ganado anteriormente en un juego de puntería y salí del lugar junto a los chicos haciendo que la brisa nocturna refrescara mi rostro al instante, sonreí para mis adentros al ver a mi amiga genuinamente feliz al lado del chico desconocido que por cierto, aún no sabía que intenciones tenía con ella.

Al día siguiente era año nuevo, así que me vi en la tentación de invitar a Thomas a cenar a casa, pero recordé que el también tenía familia y que las posibilidades de que fuera a mi casa eran casi vanas. Sin embargo mi curiosidad por oír su respuesta se hizo presente haciéndome ver en la obligación de al menos preguntarle, ¿qué podía perder con eso?

Y al final aceptó dejándome totalmente anonadada, aunque en el fondo había armado una fiesta. Debo admitir que su respuesta no fue la que esperaba...

—Tal vez estés ocupado pasándola con tu familia, pero debo decirte que estas cordialmente invitado a pasar cenar en mi casa—le dije yo con unos nervios nuevos en mi, con suerte sabia controlar mis emociones y no lo demostré.

La rosa de nuestro amorWhere stories live. Discover now