TREINTA Y TRES.

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—¡Permiso! ¡Mi esposa va a tener dos bebés!

—¿Esposa?—pregunté riendo y otra vez la maldita contracción—¡Mierda, Thomas me duele!

—Lo sé, florecita—una enfermera trajo una silla de ruedas y me senté en ella sin pensarlo, un segundo más parada y me desmayaba.

—¡Dame la mano!—le pedí al pelinegro y él obedeció, otra contracción y le apreté el brazo con mi mano intentando aliviar el estúpido dolor.

Mackenzie y Elle aparecieron de no-se-donde con la mochila donde anteriormente habíamos guardado todo, detrás de ella mi suegro y mi padre caminaban, pero no quería hablar, entonces me comuniqué con mi chico con la mirada y como siempre él entendió.

—No le hablen.

Otra más.

—¡Dios mio voy a morir!—las gotas de sudor ya bajaban por mi frente, una enfermera nos guió hasta la habitación donde posteriormente me hicieron el tacto.

—Tiene seis dilataciones, aún tenemos que esperar.

—¿Qué van a esperar? ¿Qué me muera del dolor?—inquirí con la respiración agitada, a mi lado Thomas acariciaba mi cabello para tranquilizarme, pero eso no servía de nada cuando el dolor me atacaba el cuerpo.

Una arcada de vómito se hizo presente en mi cuerpo, mis piernas estaban acalambradas, sentía que iba a morir.

No sé cuantas horas habían pasado, solo sé que si me dejaban un minuto más en esa habitación mi familia acabaría en un cementerio, intentaba ser fuerte. Pero el dolor cada vez aumentaba más y era más constante.

—Bien, hay que llevarla a la sala de partos. El padre puede entrar pero tiene que ponerse eso de allá—dijo la doctora señalando un traje azul como el que usaban los cirujanos, Thomas asintió y caminó hacia donde esta misma le indicó para cambiarse.

Una vez estando en la sala me dejaron desnuda del estómago para abajo, el pelinegro entró unos minutos después y se posó a mi lado, entonces comenzó la agonía.

—¡Tienes que pujar fuerte, Belinda!—exclamó la doctora y solo quise pegarle un puño en las tetas.

—¡Estoy haciendo lo que puedo, amor!—le dije a Thomas, porque sabía que él sí me entendería.

—Lo sé, florecita. Lo estás haciendo bien.

—¡Una vez más! ¡Ya casi!

Volví a pujar con todas mis fuerzas, el brazo de mi novio estaba completamente rojo debido a mis constantes desquites, era el único apoyo que tenía.

—Eso amor, sigue así cielo. Ya casi, pronto tendremos a nuestros pequeños en los brazos.

—¡Ya tenemos al primero! ¡Es una niña!

Sonreí con felicidad al escuchar el llanto de la bebé, miré a mi chico quien veía a la dirección donde los doctores hacían su trabajo.

—¡Última vez Belinda, tú puedes!

Lo hice, lo hice con todas mis fuerzas. Y cuando escuché el llanto de mi otro bebé me sentí la mujer más feliz del mundo.

—Lo hiciste, florecita—murmuró mi chico juntando nuestras narices, las lágrimas ya corrían por su rostro y las mías no tardaron en salir.

—Lo hicimos, Wolfhard. Somos padres oficialmente.

Y los dos pequeños cuerpos desnudos entraron en mi campo de visión, en mi pecho colocaron a mis dos bebés, tomé uno con cada mano y los pegué a mi, me sentía realmente feliz. La mano de Thomas acariciaba el rostro de la pequeña y luego me miró y dejó un casto beso en mis labios. Para luego llevar una de sus manos a el bolsillo del traje y sacar un pequeña caja de terciopelo roja.

La rosa de nuestro amorΌπου ζουν οι ιστορίες. Ανακάλυψε τώρα