43. Deudas millonarias

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Durante el tiempo en el que Laufeyson y los otros estuvieron en la tienda, Erik y Samael bajaron del piso de arriba y se sentaron con Thor y Kevin, que seguían revisando toda la información que tenían sobre el tío del chico. Kevin lo leía todo meticulosamente, documento por documento, alimentando de esa forma su rabia. Al ver cómo se torturaba, Samael, quién se había sentado a su lado, lo cogió por los hombros y lo alejó de la pantalla del ordenador, sorprendiéndole.

– Sé lo que piensas. Que todo esto es una mierda. Una gran mierda – le dijo Samael –. Pero no alimentes el odio de esta forma o le darás un puñetazo en la cara cuando lo vuelvas a ver. Y no queremos eso, ¿a qué no? Se supone que tú no sabes nada de todo esto.

– ¿Y qué tengo que hacer? ¿Ponerle buena cara?

– Temporalmente. Una pequeña mentira para un bien mayor. Piensa que, si le rompes la cara, podrías ponerlo todo en peligro. Todo por lo que estamos trabajando ahora. Lo entiendes, ¿verdad?

– Es lo que haces tú, ¿no? Con tus chicas.

– Con ellas no, con sus tutores legales.

– ¿Perdona?

– Te lo contaré porqué quizás se te haga raro. Acostumbro a comprar las chicas entre los dieciséis y los dieciocho años a sus padres o tutores legales, me las llevo hasta mi base, y allí las dejo elegir qué quieren hacer. Además de asuntos de drogas, me las han vendido por razones bastante raras.

– ¿Cómo cuales?

– Hubo una, después de la segunda guerra mundial, a la que su madre me vendió porque no quería que la niña se alistara al ejército. Le tenía manía al padre, que había muerto en la guerra, porque le había enseñado a disparar a su hija. Tiene noventa años y es mi mejor francotiradora. Aún entrena a las siguientes generaciones.

– ¿Sólo por eso?

– El hambre de la época le hizo vender a su hija como prostituta. Cuando ella lo supo, me dijo que esa mujer ya no era su madre. Porque eso es lo siguiente que hago. Les digo a las chicas por qué están ahí y les enseño pruebas.

– ¿Las hay que quieran volver a casa?

– Sí, y se lo permito. Pero siempre van acompañadas, en caso de que las intenten agredir de alguna forma. Todas terminan volviendo a mí.

– Y... ¿qué haces con ellas?

– Muchas cosas hasta que son mayores de edad. Las hay que han cambiado de sexo, otras se han interesado por el trabajo de laboratorio, las hay que tenían un plan de vida muy formado que les gustaría cumplir,... El contrato de venta que les hago firmar a sus protectores realmente es de cinco años trabajando como prostitutas una vez sean mayores de edad. Algunas lo han dejado después de los cinco años, otras no, y otras no se han llegado a dedicar a ello. Las que me dicen de entrada que son chicos, por ejemplo. Los ayudo con todo el proceso hormonal, les pago las operaciones si es necesario,...

– ¿Seguro que eres un mafioso peligroso?

– Bastante. Se me está pasando el efecto de la coca, ¿tenéis birra?

– Alguna queda en la nevera – le contestó Erik –. Sírvete tu mismo.

Samael se levantó y cogió dos cervezas de la nevera. Abrió una y le dio un sorbo antes de volver al sofá. Le ofreció la otra a Thor, quién la rechazó educadamente. La dejó en el suelo para después darle otro sorbo a la que tenía abierta. Fue entonces cuando Kevin se fijó en el tatuaje de su espalda. Era María, con un vestuario diferente al que la había visto, cogiendo un bebé de piel grisácea. La posición en la que estaban ambos le era conocida.

El Lokiverso: Un mundo extrañoOnde histórias criam vida. Descubra agora