64. Ropa para una gigante

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– Buenos días, Jotun – dijo Jotunheim cuando se despertó, viendo que el lobo estaba tumbado a su lado –. Debo haber dormido mucho, viendo que Erik no está. ¿Qué hora es?

Jotunheim cogió su móvil y miró la hora. Era casi mediodía y parecía que estaba solo en casa.

– ¿Tienes hambre? ¿Quieres que te dé algo para comer? – le preguntó al lobo mientras se tomaba la medicación que Erik le había dejado preparada para cuando se despertara.

Jotun bajó de la cama alegremente, saliendo por la puerta y esperándole al otro lado. Jotunheim sonrió al verlo, sabiendo lo que significaba aquello. Salió de la cama, dispuesto a seguir al lobo hasta el piso de abajo, pero se detuvo al cruzar la puerta. Algo no iba bien. Notaba la presencia de un gigante de hielo, lo cual debía ser imposible. Los gigantes de hielo no salían de Jotunheim, y aún menos llegaban a Midgard. Él era el único que había.

Se encaminó silenciosamente hacia el final del pasillo, ignorando a su canino hijo. De ahí salía esa presencia. Jotun le ladró, intentando que le hiciera caso, pero él lo hizo callar. Si había un gigante de hielo no podía dejar que lo descubriera tan fácilmente. Podía ser peligroso para todos si no lo eliminaba.

Entró en la antigua habitación de Erik un momento para coger una espada de un compartimento oculto del escritorio. Por tamaño, a un gigante de hielo no se lo podía matar con un puñal o una daga. Jotun se puso delante de él, impidiéndole el paso, cuando lo vio salir con aquella arma en la mano.

– ¡Jotun, sal! – susurró Jotunheim, procurando que no lo escuchara nadie más –. Sabes tan bien como yo que no puede haber otro gigante de hielo en Midgard. Puedes ser muy peligroso. Lo último que quiero es que os hagan daño. ¡Sal!

El lobo lloriqueó, intentando que su madre lo escuchara, pero Jotunheim le hizo callar. La presencia de ese gigante era cada vez más clara. El frío que desprendía le volvió la piel ligeramente azul. Se acercó a la puerta de la habitación que ocupaban Laufeyson y Siff y la abrió con cuidado.

El gigante de hielo estaba allí, tumbado en la cama en posición fetal. Casi no cabía. Parecía que dormía, pero Jotunheim sabía por experiencia que era algo que se les daba muy bien. Subió a la cama con mucho cuidado, arrastrándose para evitar hacer el más mínimo sonido. Iba de cara, como siempre había hecho, para que no le consideraran un cobarde. Era una gigante, en apariencia muy joven, pero no podía saberlo muy bien porque el cabello le tapaba la cara. Le puso la espada en el cuello y, cuando se disponía a apartarle el cabello para verle la cara, la gigante se movió, despertándose en ese momento. Notó esa hoja tan cerca que se puso a temblar.

– ¿A-Abuelo...? – dijo la gigante con la voz temblorosa.

– ¿¡Lafi!? – se sorprendió Jotunheim –. ¿¡Qué demonios!? ¡No me asustes así! ¿¡Se puede saber qué haces con esta apariencia!?

– ¿P-puedes alejar la espada?

– Sí, perdona.

Jotunheim alejó la espada del cuello de Laufeyson y la dejó encima de la cama. Jotun saló encima de Laufeyson y le lamió la cara. Estaba llorando de terror.

– Perdona, creía que un gigante de hielo había llegado hasta aquí desde Jotunheim – se explicó Jotunheim –. Son un gran peligro para los midgardianos, así que deben eliminarse enseguida. Y, estando aquí, creía que venías a por mí. ¿Estás bien?

– Sí, sólo me has asustado – dijo Laufeyson, incorporándose –. No tengo por costumbre despertarme con una espada en el cuello, y menos en este mundo.

– ¿Qué has hecho en los fiordos para qué hayas mejorado tanto como para transformarte así?

– Nada en especial. Mi poder está fuera de control porque... estoy menstruando...

El Lokiverso: Un mundo extrañoWhere stories live. Discover now