63. Un mes en los fiordos

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El resto del mes pasó relativamente rápido, pero no pararon quietos. Los gemelos daban mucha guerra y sus padres se las ingeniaban para mantenerles entretenidos y cansarles. El día que no jugaban con la nieve, se iban de excursión. Uno de los días, a Hades se le ocurrió la gran idea de ir de escalada todos juntos, con los pequeños atados a la espalda. Él llevaba a Petra y Perséfone a Altaïr.

– ¿¡Lafi, vas bien!? – le gritó Perséfone al ver que se quedaba atrás.

– ¡Sí, no os preocupéis! – contestó Laufeyson, intentando buscar una ruta menos peligrosa de subir que la que habían usado los otros dioses.

– ¿¡Quieres que baje y te ayude a encontrar otra ruta!?

– ¡No hace falta!

– ¡Reina! ¡Seguimos subiendo con Siff! ¡Nos vemos arriba! – le comunicó Hades.

– ¡Entendido! – contestó Perséfone.

Perséfone se quedó a esperarle, ya que era el más inexperto en escalada. Altaïr lo animaba desde el arnés dónde su madre lo llevaba. Cuando llegó a su lado, lo llevó por una ruta algo más fácil– Cuando llegaron arriba, Hades y Siff estaban descansando, esperándoles.

Otro de los días fueron a un lago cercano que pertenecía a los terrenos del hostal. En invierno se podían hacer pocas cosas, pero se podía patinar o pescar en el hielo. Le enseñaron a Laufeyson diferentes técnicas de detección mientras pescaba al mismo tiempo que tenía una gran distracción. Y esa distracción era Hades patinando sobre hielo, siendo otra de las artes corporales que dominaba. No podía evitar observarle cada vez que hacía un salto o un tirabuzón al aire, o cuando le daba por girar sobre sí mismo, haciendo complicadas rutinas que se inventaba al mismo tiempo que escuchaba la música de sus auriculares. Cada vez que se distraía, Altaïr le pellizcaba la mano.

– ¡Estoy centrado! – se quejó Laufeyson en uno de los momentos en los que le pellizcó.

– No lo estabas – dijo Perséfone –. ¿O te crees que no lo hemos notado?

– Ah, se ha escapado – suspiró Siff sin dejar de leer el libro que tenía en las manos.

Laufeyson volvió a concentrarse otra vez, observando debajo del hielo con su poder de percepción, viendo como el pez huía y notando claramente el deslizamiento de Hades con sus patines. El señor griego de los muertos llevaba puesto uno de los vestidos de su reina, el mismo que Laufeyson había visto anteriormente, y se había trenado y recogido el cabello. Cualquiera que no lo conociera hubiera dicho que era una mujer, y era muy fácil quedar deslumbrado por su agilidad y la precisión de sus movimientos.

Los mortales llenaban el hostal los fines de semana. Venían parejas, familias y grupos empresariales. Laufeyson aprovechaba esos momentos para practicar su creatividad a la hora de crear personajes en los que transformarse que no se parecieran a ningún famoso. Algún mortal le había dicho que se parecía a un familiar o conocido suyo, y algunos lo habían confundido con una expareja anterior o una amante, pero nunca nombraron a ningún famoso. Aún así, eran pocos los mortales que se estaban horas en el hostal si el tiempo se lo permitía.

– Ariadna, ¿me puedes ayudar un momento en la cocina? – le pidió Patrick a Laufeyson uno de los días que estaban más llenos –. Estamos saturados.

– Sí, claro – contestó Laufeyson con una voz dulce y angelical, dejando de hablar con la familia que tenía delante –. Perdonen, el hostal está al máximo.

– No se preocupe, señorita – le dijo la madre de la familia.

Laufeyson se levantó y acompañó a Patrick hasta la cocina, dónde estaba Hades cocinando tres platos a la vez mientras vigilaba los dos hornos del local.

El Lokiverso: Un mundo extrañoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora