Capítulo 1. Limón.

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—Y aun así, a pesar de todo, permanecerán fielmente los más hermosos recuerdos que pudieron haber trazado en mi memoria. Gracias a ellos los más peculiares e increíbles momentos están y permanecerán en mí por siempre...


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1973.

—¿Min? —Él la observaba con atención.

—¿Sí? 

—Aún no puedo creerlo —Albus sonrió y observó perdidamente a su esposa. Una Minerva de tan solo treinta y ocho años se acercaba a él con una sonrisa plasmada en el rostro. 

Por primera vez en mucho tiempo tenía su oscuro cabello suelto, cayendo por su espalda. No traía su túnica, sino un vestido verde esmeralda que le sentaba bien a su delgado cuerpo y que lograba hacer resaltar sus peculiares verdes ojos. Albus se mantuvo embelesado observando como la joven profesora que tenía como esposa dejaba su copa de vino junto a la suya sobre una pequeña mesa de centro posada frente a él para sentarse a su lado. El director permaneció con la mirada fija en ella y una vez que estuvo en el sofá rodeó sus hombros con un delgado brazo y la atrajo hacia su cuerpo. Minerva le lanzó una mirada cuestionante.

—No dejarás el tema nunca, ¿cierto cielo? —recostó su cabeza sobre su pecho y elevó la mirada. Él observó con detalle el verde profundo de sus ojos y soltó un suspiro. Los latidos de su corazón se aceleraban con su simple cercanía, y la profesora era capaz de percibirlos.

—Aún me parece impresionante que alguien como tú —le plantó un corto beso en los labios. Ella sonrió—, esté con alguien como yo —Minerva permaneció apoyada en él. Su sonrisa ligera no tenía intenciones de disolverse.

—Y yo aún no logro comprender cómo no logras superarlo después de todos estos años de matrimonio... —Dijo ella. Él le devolvió la sonrisa.

—No puedo evitarlo —Añadió volviendo a envolverla en sus brazos.

Los dos se mantuvieron juntos, disfrutando la cercanía de sus cuerpos y hablando tranquilamente cuando un ligero llanto se escuchó a lo lejos. Minerva dio un salto y se despegó de Albus; no dudó en separarse de él tan pronto como pudo para ponerse en pie y encaminarse a la habitación más cercana a ellos. Al llegar fue directamente a la pequeña cuna color cielo que se encontraba justo en el medio del lugar y observó a su pequeña bebé con atención.

Tenía el cabello totalmente negro y sus ojos verdes resultaban ser extremadamente claros. Se podía decir que la pequeña era el retrato de su madre aún cuando solo alcanzaba a tener un año de edad.

La bruja sintió cómo su corazón se encogía al ver sus mejillas rojizas y sus ojos cristalizados.

—Oh, no llores Maggie, ven aquí.

La cargó de inmediato y comenzó a caminar con ella en sus brazos por toda la habitación. Aún cuando señalaba las nubes que lograban verse desde la ventana o intentaba hacer que se concentrara en las hojas o en el calmante sonido del viento la pequeña aún sollozaba en su pecho y se aferraba a él con fuerza, por lo que la profesora decidió recurrir a la opción más efectiva que se había acostumbrado a emplear para calmarla.

Cantarle.

La melodía resultaba ser tan dulce y tranquila que Maggie no tardó en detener su llanto para escucharla con atención. Se aferró aún más a sus brazos mientras la observaba fijamente y Minerva no tardó en sonreír. Sus ojos bien abiertos y la sorpresa plasmada en su rostro habían atrapado a su bien escondido corazón y habían logrado derretirlo de ternura. Con una de sus delgadas manos acarició su oscuro cabello y Maggie agradeció el gesto recostando su cabeza sobre ella. Mientras Minerva frotaba su pequeña espalda y con ternura acariciaba sus grandes mejillas teñidas de rosa los ojos de Maggie se mantenían fijos en ella; en su sonrisa, en sus ojos. Su atención se dividía entre su expresión y su voz. Minerva recorría la habitación a pasos lentos mientras su pequeña hija se mantenía cautiva del color de sus ojos. Un par de impresionantes ojos iguales a los suyos.

Inmemorables Recuerdos {Harry Potter/MMAD}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora