Capítulo 12. Fawkes.

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1976.

—¡Maggie! ¡Ven acá! ¡Necesito ese calcetín de vuelta!

La niña soltó una carcajada estruendosa y siguió corriendo por toda la habitación. Simplemente llevaba un pañal y un calcetín recién lavado en su cabeza.

Minerva, quien poseía un embargo de ternura y una mezcla de desesperación en sus adentros, perseguía a la pelinegra por todos lados. Se había propuesto a no utilizar magia para atrapar a su inquieta hija, pero comenzaba a arrepentirse.

—¡Vuelve! —le gritó.

—¡No quiero! —replicó Maggie.

—No me obligues a ir por ti, Maggie Jean Dumbledore, porque te arrepentirás —sentenció.

—¡Ni siquiera me llamo Maggie Jean! —chilló Maggie desde el otro extremo de la habitación mientras ajustaba el calcetín a su cabeza—. ¡Eso acabas de inventarlo!

Albus, quien recién había aparecido en la puerta de improvisto —como siempre solía hacer—, soltó una ligera carcajada al escuchar el argumento de su hija. Se dispuso a entrar pero al parecer ninguna de las dos se había percatado de su presencia, ya que su esposa volvió a hablar.

—Bien, sí, lo he inventado —admitió. Maggie sonrió triunfante—. Pero por lo menos ha funcionado porque te has distraído ¡Accio calcetín!

El calcetín que Maggie mantenía en su cabeza comenzó a desprenderse para alcanzar la mano de Minerva.

—¡No! —chilló. Rápidamente se abalanzó sobre el objeto y lo sujetó con fuerza. Éste igualmente siguió su camino hacia la bruja, pero Minerva no contaba con qué Maggie se aferrara a él, y no llegó a caer en cuenta hasta que sintió el impacto, acción en la que tanto Maggie como el calcetín habían llegado hasta sus brazos, se habían estrellado y afortunadamente habían caído sobre la gran cama de la habitación.

—¡No! ¡Me has ganado! —bufó Maggie emocionada. Sus brazos y sus piernas estaban totalmente extendidos y miraba al techo con los ojos brillosos y bien abiertos. Abajo de ella permanecía una aturdida Minerva con el calcetín en sus manos.

—Bueno, pues sí —logró decir la bruja aún atada a la cama, sin poder moverse gracias a que todo el peso de su hija permanecía sobre ella—. Y tu padre puede confirmártelo, Margaret; siempre es así.

—No me llames así —chilló Maggie.

—Ah, ¿pero ese sí es tu verdadero nombre, no? —preguntó Minerva sonriendo con suficiencia. Maggie se encogió de hombros.

—Bueno, si en algo Minerva tiene razón, Maggie (como suele suceder la mayoría de las veces), no hay ninguna ocasión en concreto en la que recuerde haber ganado contra ella.

Albus apareció al fin en la habitación. Había logrado escuchar —y ver a escondidas— todo el suceso, aunque no se había dignado en dejarse ver totalmente hasta aquel momento.

—Aunque bueno... pensándolo bien, logré que te llamaras Maggie, así que... —Minerva frunció el ceño—. Pero sólo eso —aclaró.

—¡Al fin llegaste! —chilló la niña atónita, sentándose (sobre Minerva, claro) de golpe. El castaño rio un poco ante su reacción y asintió.

Inmemorables Recuerdos {Harry Potter/MMAD}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora