Capítulo 2. Mar: igual a los ojos de papá.

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Verano de 1977.

La pequeña Maggie había estado muy contenta. Había pasado varios días con su padre, preguntándole sobre del mundo; de los paisajes, de la vida. Podría tener solo cinco años, pero aún así la pequeña curiosa ansiaba cuanto antes conocer lugares más allá, en el exterior.

La mayoría del tiempo lo pasaba en el castillo, por lo que no tendía a salir mucho. Algunas veces se encontraba en la mansión Dumbledore con su madre y otras veces visitaba la casa de sus abuelos Isobel y Robert; sin embargo nada extraordinario ocurría. Gracias a las historias de Dumbledore, en Maggie había comenzado a surgir el deseo de querer ir a todas partes. Ansiaba visitar un campo más grande que el de la casa de sus abuelos; explorar las flores y sus peculiares olores, quería conocer otros paisajes; sumergirse en la nieve; detallar de frente el sol que observaba desde su ventana y sobre todo disfrutar del mar que, según Minerva, resultaba ser tan profundo y tan azul como los ojos de su padre. La pequeña necesita ver todo lo que sabía que la esperaba ahí afuera; su imaginación era enorme y, aún teniendo una edad tan corta, ya conocer el mundo entero por su cuenta.

Maggie soñaba despierta, pero Minerva, por otro lado, había estado extremadamente ocupada. Había tenido que dar material nuevo en clases de Transformaciones, además de revisar ensayos, corregir artículos de transformación y por supuesto cuidar de Maggie, por lo que no tenía mucho tiempo.

La profesora se encontraba por fin en su habitación descansando después de un largo día de clases. Decidió comenzar a leer un libro que hacía meses había querido iniciar. Se detuvo incluso a considerar la idea de salir a caminar un rato por los jardines para despejarse un poco cuando un leve sonido sordo truncó su pensar. Un par de brillantes ojos verdes la observaban con detalle a lo lejos, curiosos por saber qué era lo que ocurría adentro, ansiosos por obtener respuestas a las interminables preguntas que no dejaban de inquietarle.

—¿Qué pasó, Limoncito? —susurró dando por terminados sus pensamientos mientras ojeaba las primeras páginas del libro. Podría estar muy cansada y quizá aquel sería su único momento libre en mucho tiempo, pero de cualquier forma siempre tendría tiempo suficiente para su Maggie.

—Nada... —respondió aún mirándola con fijeza. La profesora McGonagall apartó sus ojos del libro y miró a la niña, cuyo rostro travieso derretía aquel corazón suyo con fama de ser duro.

—Bien... —Dejó el libro sobre la pequeña mesa de madera posada a su lado y soltó un suspiro. En su rostro se trazó una cansada sonrisa y al instante le extendió los brazos, gesto que le indicó a Maggie que por fin le era permitido acercarse.

—¿Entonces sí pue...?

—Maggie, por Merlín... claro que puedes.

—Bien... ¡Ahí voy! —exclamó emocionada. La niña se acercó a su madre a zancadas y se sentó sobre su regazo. Minerva sonrió levemente y la envolvió con sus brazos.

Aún cuando lo intentaba con todas sus fuerzas, para Maggie era imposible no inclinarse para contemplar a la profesora. No quería presionarla, pero muy en lo profundo sabía que no podría contener su emoción por mucho tiempo.

La profesora McGonagall bajó la mirada y dejó escapar una leve risa al notar la controversia de su hija.

—Está bien, sí puedes. —Accedió.

Y entonces en un instante despojaron a Minerva McGonagall de su sombrero. La niña de ojos brillosos se lo había arrebatado en un instante para colocarlo sobre su propia cabeza.

—¿Puedo usarlo por mucho tiempo? —le susurró. Le encantaba su color opaco al igual que su forma puntiaguda y su suave textura. La profesora asintió sonriente y soltó una leve carcajada al notar que, como era costumbre, el enorme sombrero escondía una parte de su rostro.

Inmemorables Recuerdos {Harry Potter/MMAD}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora