Capítulo 4. Bumblidore.

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1976.

—Hmm... creo que es todo. —Albus dejó la pequeña bandeja en un estante de madera mientras volvía a mirar a Minerva. La pelinegra mantenía sus ojos en él.

—Al... —Albus la interrumpió.

—Shh..., Min —se acercó a ella una vez más y puso su mano delicadamente sobre su frente. Su semblante se apagó y soltó un suspiro—. Definitivamente estás mal. No puedes esforzarte más.

Ella sintió que él tomaba su mano y la observaba aún preocupado. Sus mejillas seguían extremadamente rojas y su fiebre no bajaba. Algo se quebró dentro de ella al verlo tan desconcertado. Colocó su mano libre en una de las mejillas de su esposo y le sonrió debilmente; acariciando su piel con sus largos y finos dedos.

—Vamos, Albus... estoy bien. Todo seguirá igual. Las clases, las tareas —tosió de repente—. Los...

—No vas a salir de aquí. Ni lo pienses —musitó el castaño. Minerva se detuvo y volvió a consumirse en las almohadas y en su cobija, estaba muriendo de frío.

—No es para tanto, Albus. Estoy segura de que en unas horas de descanso yo... —su voz era casi inaudible. Él apretó su mano de repente y con un gesto le indicó que hiciera silencio, colocando su dedo índice sobre sus labios.

Una vez que Minerva se detuvo, él se levantó lentamente de la cama y se acercó a la puerta. Soltó un suspiro y en su rostro se trazó una cansada pero alegre sonrisa al escuchar la vocecita liviana de Maggie tras la madera. Observó a Minerva seriamente y con un gesto señaló la puerta.

—Es la pelotita, está afuera —le susurró. Minerva estornudó en el acto y asintió con la cabeza. Sus ojos se habían tornado más pesados y su nariz cada vez estaba más roja.

El semblante de Albus se tornó serio al ver la gravedad de su esposa. Negó con la cabeza y acercó a su mano a la manija de la puerta.

—Es todo —murmuró. La mujer volvió a dejarse caer sobre la almohada—. Te quedarás aquí hasta que estés mejor, Minerva. Y es mi última palabra. —Ordenó. La mujer le lanzó una mirada de desaprobación y un bufido y él simplemente la ignoró y se volteó hacia la puerta.

—Pequeña Maggie. ¿A qué debo el honor de su visita...? —Su corazón dio un vuelco al verla. Arrastraba su pequeña manta por el suelo y sostenía su pequeño gatito de peluche mientras que con su otra mano trataba de frotarse los ojos. La niña soltó un duradero bostezo y sonrió vagamente mientras observaba la sonrisa de su padre. El castaño aún seguía viendo a la pequeña con una sonrisa.

—Hola. —susurró delicadamente mientras recuperaba la nitidez—. He despertado y me preguntaba... —bostezó de nuevo—. ¿Estará disponible el cabello mamá para jugar con él un ratito? —le preguntó. A él se le dibujó una sonrisa en el rostro mientras Maggie aún seguía adormilada. Se acercó a la pequeña y la cargó en sus brazos.

—Eh... —echó un vistazo a la estancia por el espacio que quedaba de la puerta entreabierta y observó a Minerva. Ella sonreía debilmente entre las sábanas. Negó con la cabeza, preocupado por su estado, y suspiró. Minerva, por otra parte, comenzaba a sentirse conmovida por la pequeña e inocente petición de su hija. Albus nuevamente le rogó, susurrándole unas cuantas palabras, que se quedara por lo menos lo que quedaba del día en la habitación para que su salud mejorara. La mujer se hubiera resistido una vez más de no haber sido por la presencia de su pequeña pelinegra; ella siempre sería más importante y jamás la arriesgaría de cualquier forma, por lo que finalemente cedió. Albus sonrió y miró a Maggie de nuevo, le dio un beso de improvisto en la cabeza y la niña sonrió al sentir las cosquillas en su frente—. ¿Qué te parece... —continuó él—, si tú y yo vamos a dar un pequeño paseo? —Maggie volvió a frotar sus ojitos y tomó a su gatito con fuerza. Albus acomodó su oscuro y lacio cabello hacia atrás para contemplar bien su rostro.

Inmemorables Recuerdos {Harry Potter/MMAD}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora