Capítulo 11. El Armario.

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1951.

Y entonces, tal y como él predijo, su pelinegra se había quedado dormida en la sala común con un libro en sus manos.

Ya habían pasado semanas desde aquel encuentro y años desde que había conocido a Minerva justo cuando ella ingresó al colegio. Aún recordaba el verla entrando junto con los demás niños de primero para ser seleccionada a una de las casas. ¡Gracias a Merlín había quedado en Gryffindor y no en Ravenclaw! Ya que, como resultado, había podido conocerla más a fondo y compartir con ella largas veladas e interesantes conversaciones en la sala común de su casa.

Ya hacía cuatro años desde aquel suceso, y ya en su actual presente eran muy buenos amigos y confidentes. Tanto ella como Albus eran excelentes estudiantes; caracterizaban entre los demás y se esmeraban por mostrar lo mejor de sí mismos. Albus por un lado ya había llegado a ser prefecto, y Minerva, por otra parte, se dirigía por el mismo camino. Algo que solían compartir seguido eran sus característicos juegos de ajedrez; en los cuales, a pesar de ser considerados muy jóvenes para ello, pasaban enfrascados por horas y en donde a su vez intercambiaban miradas y reían juntos. También ambos jóvenes disfrutaban de los partidos de quidditch, y, aunque claramente Minerva vivía y respiraba el deporte más que Albus, a éste no le importaba tanto; se conformaba con acompañar a su pelinegra a todos los partidos  y observarla desde lejos mientras ella se lucía en el campo. Era una jugadora eficaz y sumamente excelente, pero aunque Albus se enorgullecía de ello, se sentía mucho más complacido con simplemente contemplar sus ojos chispeantes y su gran sonrisa.

Soltó una pequeña sonrisa al recordar los pequeños detalles y volvió a enfocarse en la realidad. Condujo sus ojos hacia Minerva y observó cómo dormía plácidamente, fundida en una de las butacas frente a la chimenea de la sala común.

Su expresión era tranquila y suave. Su cabello oscuro permanecía milagrosamente desatado gracias a sus esfuerzos —ya que aquel día Albus le había insistido continuamente en que lo dejara libre de su apretado moño— y estaba más desordenado que de costumbre. Varios mechones rebeldes de cabello oscuro caían por su adormilado rostro y le daban un aire más rebelde.

Aunque su rostro carecía de emociones —ya que simplemente se percibía la tranquilidad que atravesaba en sueños— lograba agradarle aquel aire diferente, y, aunque claramente sabía que su pelinegra no se dejaría domar ante sus costumbres fácilmente, por lo menos podría disfrutar de aquel pequeño cambio por unos cortos instantes.

Suspiró y, unos minutos más tarde, finalmente se decidió a hacer algo más que simplemente contemplarla. Sonrió satisfecho de sí mismo y dio unos pasos para acercarse a ella.

—Min... —le susurró delicadamente.

Al parecer su sueño era pesado, pues un sonido extraño y nuevo para él se escapó de sus labios. Soltó una carcajada.

—Minerva... despierta —una vez junto a ella contempló sus facciones. Se dispuso a quitarle el libro de encima para que no se dañara pero al intentarlo su mano inmediatamente lo detuvo.

—¿Qué crees que estás haciendo con mi libro, Dumbledore? —le preguntó la joven adormilada con el ceño fruncido. Albus sonrió complacido.

—Sabía que eso iba a despertarte —añadió encantado de que hubiera despertado.

Minerva se enderezó en su asiento y cerró el libro con suavidad. Seguidamente le lanzó una mirada elocuente al castaño y enarcó una ceja.

Inmemorables Recuerdos {Harry Potter/MMAD}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora