Capítulo 3. La caída al lago.

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1968.

—¡Qué cabello! —murmuró una pelirroja en el camino.

—Mira sus ojos —suspiró una castaña—. Jamás había visto algo igual. Él es tan...

—Hermoso —agregó una rubia mientras lo veía caminar. Sus entrañas se derretían detallándolo.

—¿Por qué no prestará atención a ninguna mujer? —preguntó una joven de cabello oscuro.

Todas se mantuvieron en silencio mirándolo entre suspiros mientras él seguía su camino con una radiante sonrisa plasmada en el rostro. Como de costumbre iba perdido en sus pensamientos.

Aquel hombre era alto...

Muy alto.

Tenía el cabello lacio y castaño por los hombros, una sonrisa tranquila y un par de ojos que resaltaban en cualquier parte; eran tan celestes y brillantes que hacían temblar a cualquiera. Nadie tenía los ojos tan cristalinos como aquel hombre tan importante y tan deseado en el mundo mágico, y aquel precisamente era uno de los tantos motivos por los que las mujeres lo seguían a todas partes.

—Sus ojos... —susurró la pelirroja al verlo voltear.

—No se puede negar que es el mago más hermoso que hemos visto en nuestras vidas, pero... —ninguna se atrevía a quitarle los ojos de encima—. Por desgracia ya tiene dueña —murmuró. Todas las mujeres se mantuvieron observándolo espectantes; no entendían de qué hablaba la rubia... hasta que lograron presenciar la escena con sus propios ojos.

El castaño siguió caminando tranquilamente hasta que alguien apareció de repente. Una mujer alta de cabello negro se encontraba de espaldas en un puesto de flores peculiares, admirando los colores que poseían. El hombre sonriente se le acercó, la tomó por detrás y le dio una vuelta para que quedara frente a él. La pelinegra saltó ligeramente al sentir el sorpresivo contacto y le dedicó una tierna sonrisa. Una sonrisa que él no llegaba a ver frecuentemente...

Una sonrisa que añoraba a diario y que derretía su cálido corazón cada vez que aparecía.

—Vaya... —susurró una castaña—. Es la nueva profesora de Hogwarts, ¿quién lo diría?

—He escuchado cosas... dicen que se conocieron mucho antes de ser profesores... —indicó otra de las mujeres.

—Qué suerte tiene... —masculló la rubia mientras se llenaba lentamente de una punzante envidia.

—No hay nada que hacer entonces —dijo la pelirroja, quien se volteó rendida y con la mirada gacha siguió su camino. Todas poco a poco comenzaron a hacer lo mismo... incluyendo a la rubia, quien hizo una mueca y lanzó una maldición antes de desaparecer.

Mientras no solo ellas, sino todas las mujeres del mundo mágico seguían lamentándose por no ser aquella pelinegra tan afortunada, Albus Dumbledore le sonreía al amor de su vida. Los ojos de Minerva lo habían cautivado, como de costumbre.

—Albus... —murmuró ella intentando evitar su mirada. Finalmente no pudo contenerse y terminó frente a sus ojos casi transparentes. Él le sonrió y apretó más su cintura. Los ojos de la mujer se abrieron sorpresivamente.

—¿Qué te preocupa? —preguntó él al notar su expresión—. ¿Te molesta que te vean conmigo?

Ella desató sus manos para voltearse de nuevo al puesto de flores. Negó con la cabeza y se perdió en una rosa brillante de color rojo.

—No, no es eso... —respondió frotándose las manos, cada vez tenía más frío. Albus dio un paso adelante y volvió a acercarse a ella.

—¿Entonces? —preguntó él. No pudo evitarlo y volvió a amarrarse a ella, atando sus brazos a su cintura e inclinándose un poco para poner su cabeza sobre su hombro. Minerva no puso objeción aquella vez, ya que la sensación de ser envuelta por sus brazos no le incomodaba en lo absoluto. Estar cerca de él le permitía mantenerse en calor.

Inmemorables Recuerdos {Harry Potter/MMAD}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora