4- Sombras del Pasado (3ª parte)

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Encontró una tablilla encima de la mesa. No estaba conectada al Fondo de Conocimiento pero tenía una gran cantidad de contenidos disponibles. También había un proyector de holopirámides. Zero lo agradeció en silencio pero al mismo tiempo deseó que eso no implicara que tuviera que usarlos demasiado.

Mientras caminaba por lo que iba a ser su nueva prisión, una sucesión de extraños ruidos le sobresaltaron. Había debido de activar algún tipo de resorte sin darse cuenta porque una figurita de la esquina había empezado a moverse. Zero la miró perplejo, no parecía más que una pieza de ajedrez, un peón, del tamaño de uno de esos gatos recuperados genéticamente que tanto les gustaba lucir a las mujeres de París Noveau. Pero su sorpresa fue mayúscula al descubrir que el curioso artefacto aferraba con sus extraños miembros metálicos lo que parecía un genuino violín de madera.

Un violín… Zero sonrió al reconocer el regalo que le hacía Nadie. «Nadie, no», se reprendió, «Tristan». Cogió el pequeño robot que se debatió en el aire mientras él lo inspeccionaba intentando encontrar la forma de activarlo.

—La verdad es que pareces muy activo —comentó en voz alta—. ¿Y cómo funcionas? Debe de ser algún tipo de control de voz. Robot, te ordeno que toques. —Un estrepitoso silencio fue toda la respuesta que consiguió—. Quizá sea una combinación de palabras concreta —suspiró.

—Prueba con un poco de educación —se burló Nadie desde el umbral de la puerta. Zero dio un respingo y el robot se escurrió entre sus manos. Por suerte, sus reflejos seguían siendo buenos y lo cazó al vuelo antes de que pasara algo irremediable. Con un suspiro de alivio, dejó el aparato en el suelo con mucho cuidado—. Todos los robots de la nave tienen un problema de carácter. ¿Qué tal algo suave? ¿Paganini, quizá? Sonata número 6, por favor— dijo, y no había acabado de pronunciar la frase que el pequeño robot ya comenzaba a tañer las cuerdas de su violín.

¿Cuánto hacía que no escuchaba un violín? La música despertó en él sensaciones que creía olvidadas. Llevaba tanto tiempo sin escuchar ese tipo de música, sin apreciar la magnífica ejecución de un buen artista, o de un gran aparato como era el caso. Desde aquel último concierto en Galileo. Había pasado tanto tiempo intentando encontrar cosas nuevas que le hicieran sentirse vivo que había perdido aquellas que le habían hecho amar la vida por encima de todas las cosas cuando ni siquiera era consciente de lo que significaba tener una.

—Gracias —susurró en murmullo ahogado por las emociones que le embriagaban en ese momento como no había hecho nunca ningún licor—. No pensaba que lo echara tanto de menos.

—Eres el único de este lugar que aprecia estas cosas. ¿Has vuelto a tocar el violín? —le preguntó.

—Ni siquiera había escuchado uno desde nuestro encuentro —confesó con tristeza—. Parece que hace una eternidad de eso. ¿Has tenido problemas por mi culpa? —añadió cambiando de tema. Recrearse en el pasado no hacía más que remover viejas heridas y no se sentía con fuerzas para afrontarlas.

Tristan frunció el ceño mientras tomaba asiento.

—No fue por tu culpa —dijo con voz cansada—. Las cosas están cambiando, pero con demasiada lentitud en algunos casos. Los leónidas no son como el resto de los habitantes del sistema. En según qué cosas, pueden ser más conservadores que los tuyos. Dorrick no dará problemas pero Garou es de la vieja escuela y… No importa —dijo negando con la cabeza—. Se me ocurrirá algo, ahora no quiero pensar en eso. Ven —dijo palmeando el asiento a su lado.

Zero se negó con una sonrisa.

—Tengo un dormitorio —dijo—, y así habrá dos puertas entre nosotros y el pasillo. No me gustan las interrupciones.

Nadie es perfectoWhere stories live. Discover now