2-Navidades Perfectas (2ª parte)

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 Zero se despertó sobresaltado al sentir que se abría la puerta de su habitación.

—D-disculpe —dijo un joven fotosintético de piel esmeralda que vestía el uniforme del servicio. Parecía azorado y su rostro adquiría coloraciones que oscilaban del glauco al pardo en función de si la sangre llegaba o no a sus mejillas—. No ha puesto el cartel en la puerta y... he llamado. De verdad, he llamado y como no contestaba nadie creí que... Si quiere, vuelvo más tarde.

Zero asintió con la cabeza e hizo un gesto con la mano para que entrara sin preocuparse.

—No pasa nada —dijo levantándose, completamente desnudo. El rostro del chico dibujo un nuevo abanico de colores al sonrojarse, mientras hacía todo lo posible por mirar hacia otro lado sin resultar descortés. Zero sonrió recordando que no hacía mucho tiempo él también solía comportarse así, pero no le dio más importancia—. Me daré un baño largo —informó—, puedes ocuparte de la habitación mientras tanto.

—¿Es necesario que cambie sábanas y...?

Zero miró la habitación, parecía que había habido una batalla campal en ella y las sábanas de raso con puntas doradas estaban haciendo rebullos por el suelo, mezcladas con la ropa de más de un propietario. Sobre la cama solo quedaban los cojines y la colcha de terciopelo bermellón. En algún momento de la noche, alguien había tirado la lamparilla de cristales de colores que había sobre la mesita.

—Cámbialas todas —ordenó—. Y las toallas. Si ves ropa de mujer déjala sobre una silla, supongo que volverá más tarde a buscarla. La de caballero, puedes llevártela a lavandería, también. Espera —dijo, antes de cerrar la puerta. Cabía la posibilidad de que Iván también se hubiera dejado algo—. Mejor deja toda la ropa.

A solas, en el cuarto de baño, abrió los grifos de la bañera y se sentó en el suelo embaldosado, a esperar que se llenara. Fue una mala idea. El diseño de aquel lugar correspondía a cierta tendencia en las clases altas de usar el baño como una habitación más de la casa y era casi tan grande como el dormitorio. La bañera era gigantesca. Estaba tallada en mármol, o algo que se le parecía, y tenía decoraciones doradas y arcaicos grifos que harían las delicias de un anticuario. En ella, cabrían sin problemas cinco personas. El cuarto estaba dividido por un tabique transparente que separaba el baño del cuarto de ducha, y la pared del fondo, la que en ese momento estaba enfrente de él,  estaba completamente cubierta de espejos de arriba abajo y su imagen se reflejaba en él; nítida y perfecta.

Zero se contempló. No solía hacerlo, no le gustaba ver su reflejo. Pero en esa ocasión no desvió la mirada y se enfrentó a aquello que los demás veían en él; el traje ideal. Había sido diseñado mediante una ligera variación del cánon griego para ajustarlo a las corrientes estéticas más actuales. Aun así, los músculos de su cuerpo se perfilaban con precisión anatómica como si hubieran sido esculpidos por un avezado artista del renacimiento. Rasgos suaves, mandíbula fuerte y pómulos marcados, y unos ojos de un color azul eléctrico que, sin duda, la naturaleza no podía crear. El cabello blanco y largo le llegaba casi a la cintura y captaba la atención de todo el mundo. Eso tenía una fácil solución, una visita a la peluquería y su problema estaría resuelto. Pero todavía no lo había hecho porque de alguna forma, eso le indicaba que era él quien que estaba dentro de su cuerpo.

Cualquiera en su situación pensaría que pensar así era cuanto menos extraño, pero Zero debía su nombre al experimento que le había ocasionado. Zero como nada, como el control negativo que era. Un organismo de diseño creado para ser el cuerpo perfecto garantizado por más de ciento cincuenta años. Un cuerpo creado para ser un recipiente, un traje.

Por diversos motivos el trasplante no se había realizado y él había acabado siendo Adam Alcide, el heredero de un imperio financiero que no quería pero que no quería que otros tuvieran. Ver el reflejo de su cuerpo perfecto, sin ninguna marca, ninguna cicatriz, nada... Era como ver el cuerpo de un muñeco. Bien dotado, eso sí. ¿Eso era lo que todos veían en él? ¿Un cuerpo perfecto con mucho dinero? 

Nadie es perfectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora