2-Navidades Perfectas (3ª parte)

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Elaine había insistido en ocuparse ella del papeleo con la agencia y toda la parte de contratación, incluso iría a recogerle a su camarote. Según ella, eso le permitía incidir que había sido ella la que había conseguido el cliente y que este no la había escogido por casualidad.

Zero bufó y la dejó hacer, tampoco le importaba demasiado. Cuando la joven se marchó, se sentó de nuevo sobre la hierba y sacó el dibujo que estaba haciendo. Intentó continuar pero no había esbozado más de un par de líneas cuando se encontró buscando a su alrededor, temeroso a que apareciera alguien más que pudiera interrumpirle. El hecho de que Elaine quisiera utilizarle le había molestado, pero no tanto como verse sorprendido en un lugar que creía a salvo. Había irrumpido en su refugio y se había llevado con ella la poca paz que tenía. Tampoco debía darle demasiada importancia, nunca un refugio duraba más de unos días. Regresó a su habitación con una cierta sensación de fastidio.

No tenía ganas de pasarse el día encerrado, no tenía ganas de ver a nadie, no tenía ganas de nada. Sí, así era él; un chico sencillo y sociable, ¿verdad?

Se sentó en la cama y suspiró. Se levantó de nuevo, se sirvió un vaso de kido y, mientras el amargo líquido bajaba por su garganta quemándolo todo a su paso, sacó de nuevo su libreta de dibujo y contempló el boceto en el que había estado trabajando. Una mueca amarga y se permitió un momento para recordar un tiempo en el que se sentía vivo.

«Deberías pasar página, ¿no crees?», se reprendió. No era que siempre estuviera pensando en él. No se había permitido recordar lo sucedido en Galileo hasta unas semanas antes, cuando estuvo de nuevo en aquella habitación del Venecia esperando la partida del crucero. Entonces, los recuerdos se abalanzaron sobre él y le atacaron sin piedad, dejándolo herido de melancolía y nostalgia. Unas heridas que ni toda la fiesta, el sexo y el alcohol habían podido borrar. Más aún, cuantas más personas ocupaban su lecho, más vacías le parecían todas y cada una de esas relaciones.

Casi sin darse cuenta, había retomado el dibujo y ahora, el rostro que le contemplaba desde el papel era perfectamente reconocible. Hacía casi tres años desde que se habían despedido, y no de buenas maneras, pero su cuerpo había quedado grabado a fuego en sus recuerdos.

Zero dio un largo suspiro y arrancó la hoja de la libreta.

—Inteligencia —pidió en voz alta, mientras anotaba mentalmente conseguir el nombre de la IA—. Enciende la chimenea.

El uso de fuego real está prohibido en los trayectos interplanetarios. Si quiere, puedo activar la holopantalla que...

—Déjalo estar —la interrumpió con hastío—. Ya encenderé una vela.

El uso de fuego real está prohibido y penado en los trayectos interplanetarios —recordó la inteligencia domótica.

—¿Y cuándo llegaremos a una estación? —preguntó Zero, empezando a impacientarse.

Está prevista la llegada a la estación orbital de Elíseo en dos días.

—Eso es demasiado tiempo —murmuró mirando el retrato que tenía entre las manos. Por supuesto, había muchas más formas de destruir un pedazo de papel, pero ninguna se le antojaba tan efectiva como quemarlo y dejar que los filtros de la nave enviaran las cenizas al infinito. Era algo... ¡estúpido!— Soy un imbécil sentimental —se reprendió—. Debería pensar qué hacer con mi vida en vez de quemar tiempo.

Suspiró con resignación y se dejó caer sobre la cama sin dejar de mirar el maldito dibujo.

«Podía intentar encontrarle», se dijo.

—¡Claro! ¿Qué parte de «eres consciente que cuando salga por esa puerta, no volveremos a vernos» no te ha quedado suficientemente clara? —se reprendió variando el tono de voz—. O, mejor aún, «olvida todo lo has visto, no quiero matarte pero lo haré si es necesario, no te quepa duda». —No, buscarle no era una buena idea. Incluso un estúpido como él era capaz de darse cuenta.

Nadie es perfectoWhere stories live. Discover now