10.- Recuerdos que no deben ser (3ª parte)

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En cuanto Zero cerró la puerta Lenda estalló.

—¡Tu novio es gilipollas! —gritó mientras arrojaba el abrigo en el sofá.

—A mí no me lo digas —dijo Zero, gritando desde la cocina, mientras guardaba la compra—. Yo no tengo ni idea de a qué venía eso. ¿Qué pasa con este sitio?

—Tristan tenía... —Lenda dudó un momento, dio una patada al sofá y respiró hondo—. Tenía negocios con un amante profesional de las Valicourt. Era su mano derecha o algo así. Acabó mal. Vivía aquí. De todas formas, ¿qué pintaba el tipo ese en tu portal?

—Me lo encontré en el supermercado y me ha reconocido —explicó Zero, tirando su chaqueta encima del sofá—. Insistió en invitarme a un café, resulta que se sentía culpable porque por su culpa intenté suicidarme o algo así —dijo sin darle demasiada importancia.

—¿O algo así? —preguntó Lenda.

—Fue un accidente, pero sucedió justo después de haber tenido un encontronazo con él así que se sentía responsable. Ya le he dicho que era una tontería pero... —Zero se encogió de hombros y se derrumbó sobre el sofá.

—¿Y qué pasará mañana? —preguntó el médico, quitándose el largo abrigo. Buscó a su alrededor con la mirada localizó un perchero. Colgó la prenda con sumo cuidado, ocupando dos colgaderos.

—Hemos quedado para ir a correr.

—¿Sabes cuánta gente vive en Galileo? ¿Sabes cuántos amantes profesionales hay? ¿Sabes las posibilidades de que se produzca un encuentro así de forma fortuita?

—Ridículas, lo sé —suspiró Zero—. Por eso voy a seguir viéndole, para saber qué es lo que pretende y para quién trabaja. Tendré cuidado, no te preocupes.

—Si tú lo dices... Por cierto, me ha encantado la bienvenida —dijo Lenda con una amplia sonrisa burlona—. ¡Qué labios! Y tu piel... es realmente suave. Tengo ganas de contárselo a Tristan. Me muero por ver la cara que pone.

—Me gustaría poder ofrecerte algo —dijo Zero, ignorando premeditadamente el comentario del óptimo—. Pero no me he acordado de comprar nada para beber. ¿Agua? ¿Café?

—Tranquilo, me conformo con que te quites la ropa —le dijo.

—¿Perdón?

—Órdenes del jefe. Quítate la ropa. Toda.

Zero le tuvo que mirar dos veces para asegurarse de que el óptimo no estaba bromeando. Pero no lo parecía. Lenda esperaba cómodamente sentado en el sofá, y movía el pie mostrando su impaciencia. Un poco cohibido ante la expectación, Zero comenzó a desvestirse. Cuando se quedó en ropa interior, Lenda se levantó y sacó de la maleta una serie cajitas metálicas. Abrió cada una y extendió una serie de aparatos encima de la mesita central. Desenrolló una alfombra, más pequeña que un felpudo, y le indicó que se subiera. Zero obedeció. Era negra y dura, y estaba muy fría.

—He dicho toda la ropa—repitió Lenda, señalando la prenda que quedaba, mientras montaba una serie de artefactos que iba sacando de un pequeño cofre.

—¿Qué me vas a hacer? —preguntó Zero, arrojando los calzoncillos al montón de ropa.

—Esto es un escáner óseo de alta precisión —explicó el óptimo—. Cuando hay una fractura se produce una zona de cicatrización en el hueso; una parte de más densidad. Dependiendo de la edad y de la profundidad de la lesión esta es mayor o menor. Pero este aparato debería ser capaz de mostrar hasta los golpes más tontos.

—Vale, pero estoy bien, ¿a qué viene esto? —preguntó.

—Pues... estoy buscando cosas que te hayan hecho y que no recuerdes —dijo Lenda—. Y que no puedes ni debes recordar. —Remarcó cada una de las palabras para que quedara claro, Zero asintió. Sabía a qué se refería y el riesgo que corría si no era consciente de ello.

Nadie es perfectoWhere stories live. Discover now