4-Sombras del pasado (5ª parte)

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—Yo soy lo que quiere, yo se lo puedo dar —dijo una voz que se parecía a la suya. Ese Zero tenía la melena larga y caía como una cortina de plata sobre sus hombros. Recordaba ese abrigo, lo había perdido en un callejón de Galileo. Era el Zero de tres años atrás, el Zero que se había encontrado con Nadie.

—¿Me estoy volviendo loco? —preguntó. Si era una broma no tenía maldita gracia.

—¿Acaso alguien se extrañaría de que fuera así? —dijo el Zero perfecto.

—Es una nueva alucinación —murmuró Zero escondiendo el rostro entre las manos—. Necesito dormir.

Para su sorpresa, su alucinación se resistió a desaparecer. Se sentó a su lado y le acarició la cabeza.

—Sí, estás cansado y débil. ¿No tienes ganas de acabar con esto? —preguntó con voz suave.

—¿Quién eres tú?

—Soy tú —dijo el extraño sin vacilar lo más mínimo—. Soy tú, sin errores, sin debilidades… Soy el ser perfecto que debías ser. Eres débil, Zero, todos lo ven. Hasta a él le duele ver en lo que te has convertido. Ahora, más que nunca, eres un juguete roto.

Su yo perfecto agarró su mano y, sin ningún esfuerzo y como por arte de magia, le quitó las esposas magnéticas y las arrojó al suelo. Zero temblaba, no entendía lo que estaba sucediendo pero se resistía a creer que se había vuelto loco. Tenía que haber una explicación. Aunque fuera incapaz de encontrarla. El Zero perfecto siguió a la suya y le desabrochó los puños de la camisa, luego, con sumo cuidado los enrolló dejando a la vista sus antebrazos.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó frunciendo el ceño.

—Acabar con esto —dijo y pasó el pulgar por sus muñecas dejando una línea carmesí tras él.

Zero quiso apartar el brazo pero la presa de su reflejo parecía de metal puro.

—¡Déjame! —gritó, desesperado, mientras la sangre manaba a borbotones del surco que había abierto en su brazo. Apretó el puño que tenía libre y golpeó con fuerza el rostro de su agresor pero nada, ni siquiera se inmutó. Zero lo intentó una y otra vez. Sin vacilar un momento, atacó a los ojos de su adversario y, para su sorpresa, sus dedos se hundieron sin obtener resistencia. Apartó la mano asqueado mientras el ojo volvía poco a poco a su posición. Cogió impulso y golpeó de nuevo, esta vez con la cabeza, esta vez a la nariz. Pero quién fuera o lo qué fuera que intentaba matarle, no solo era fuerte, también era rápido. Esquivó su golpe en el último instante y aprovechó la inercia para empotrarle contra el suelo.

Antes de que pudiera reaccionar, Zero estaba de bruces contra el suelo mientras su doble le sujetaba la cabeza para que no pudiera moverse y sentaba sobre su espalda.

—Deberías relajarte —dijo sin alterar su tono de voz—. Los hematomas podrían resultar difíciles de explicar.

—¡Cuánto lo siento! —exclamó Zero con rabia.

Empezaba a sentirse mareado y eso no era bueno. Desde su limitada perspectiva, buscó todas las posibles vías de salida pero aún tenía muy presente la imagen de los ojos hundiéndose en el cráneo y saliendo como si tal cosa, parecía que golpearle no era una opción. No, lo único que podía hacer era encontrar una forma de liberarse y salir corriendo. «Hacia una puerta cerrada, ¿recuerdas?». La única opción que le quedaba era hacer caso y… relajarse. Era un truco demasiado viejo pero no perdía nada por intentarlo. Después de todo, tenía que hacer verdaderos esfuerzos para no dejarse arrastrar por el sopor que tiraba de cada una de las fibras de su cuerpo.

Tomó aire y lo dejó salir lentamente.

—Calculo que ya has perdido medio litro de sangre, no debe de faltar mucho para que pierdas el conocimiento.

—¿Por qué? —murmuró, mientras sentía como se iba hundiendo cada vez más.

—El tiempo que permanezcas vivo multiplica las posibilidades de error del plan. Hay que acelerar el proceso —dijo, y agarró su otro brazo. Zero gritó cuando un dedo, afilado como una navaja, se hundió en su carne liberando un nuevo torrente carmesí.

—No —gimió. Ahora sabía cómo se sentía Ulises al escuchar el canto de las sirenas; así se sentía él al notar el cálido abrazo de la oscuridad. Tentador. Muy tentador.

«Me estoy muriendo», se dijo y se extrañó al no sentir miedo.

«¿Sabes lo que es morir? Es cuando tu cuerpo deja de funcionar, tu corazón deja de latir y tu carne se convierte en pasto de gusanos».

 La voz de Alcide le trajo de nuevo al mundo de los vivos. Había estado inconsciente. No lo había fingido. Había perdido la conciencia durante algunos minutos y sin embargo, la presa no se había aflojado lo más mínimo.

«No es humano», comprendió con impotencia. «No tengo ninguna posibilidad. Nunca la he tenido». Lágrimas de rabia frustración afloraron en sus ojos. No quería morir, pero esta vez, él no podía decidir.

***

Cayó encima de él como una cascada.

Fue como si alguien le hubiera tirado un cubo de agua para despertarle de malos modos por haberse quedado durmiendo la mona en un sitio indebido. Pero no era alcohol precisamente lo que embotaba su mente y nublaba su vista. Su doble había desaparecido y en su lugar, había un charco de babas gelatinosas que resbalaban por su rostro. Zero se giró, y entre las nieblas de la seminconsciencia pudo ver como Nadie golpeaba con furia un disco metálico, no mucho mayor que un platito de café.

—¡Zero! —gritó y le ayudó a incorporarse.

—Nadie —murmuró él—. ¿Qué era eso?

—Un androide polimórfico de placer —contestó—. Un consolador —bromeó—. ¡Ulises! —llamó en voz alta—. Abre comunicaciones con la doctora Nullien.

—¿Sí, Fenris? —la voz de la óptima resonó en la habitación, algo metalizada.

—Trae el equipo médico de emergencia a la habitación de Zero. Date prisa. —Nadie no esperó a que llegara la doctora. Se quitó la camisa e intentó hacer un vendaje en una de las muñecas—. Lo siento, lo siento, lo siento —murmuraba.

—¿Un androide de placer? —Le costaba un mundo encontrar las fuerzas necesarias para mantener una conversación sin quedarse dormido—. Se parecía a mí. A mi yo de antes.

—Ya. —Tristan agachó la cabeza. ¿Eso era rubor o solo imaginaciones de una mente demasiado cansada?—. Te dije que no era sexo lo que buscaba. Eso era fácil de conseguir.

—¿Por qué?

—¡No lo sé! No… —Nadie parecía tan confundido como él—. No lo sé. No quiero ni imaginarme lo que habría pasado si hubiera abierto esa puerta un poco más tarde. No… no puedo. —Tristan le besó—. Aguanta un poco —le susurró—, ahora vienen.

—Ahora estoy bien —dijo Zero y, aunque sonara extraño, así era. Se sentía tranquilo y, de nuevo, la extraña sensación de no sentir miedo, de sentirse protegido. Así que, cuando de nuevo el pequeño paranoico le habló, le empujó a un lado y le ignoró. Pero el eco de sus palabras llegó hasta sus oídos.

«Qué aparición más oportuna, ¿no?».

Nadie es perfectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora