11.- ¿Cuántas veces puedes morir? (1ª parte)

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Zero abrió los ojos con la sensación de que había dormido demasiado. Sonrió al distinguir la figura de Tristan sentado en la cama, a su lado. ¿Cuándo había llegado? Lo último que sabía era que estaba en Sparta y no tenía previsto regresar a corto plazo. Quizá se había pasado demasiado tiempo inconsciente. O quizá, solo quizá, el leónida había dejado todo para ir a verle. Esa última opción le provocaba una extraña mezcolanza de culpabilidad y dicha.

—Hola —dijo con voz pastosa. Tristan no respondió. Le miró un momento. Su rostro tenía una expresión extraña, una que Zero no había visto nunca y que no supo identificar pero que le puso el vello de punta. Antes de decir nada, el leónida fijó la mirada en algún punto de la habitación. Zero se incorporó y, al hacerlo, notó como si su cerebro rodara en el interior de su cráneo. Entonces recordó lo sucedido: el bloqueo—. ¿Estás enfadado conmigo? —preguntó con voz temblorosa. Había sido muy estúpido al espiar a escondidas, no debía haber desconfiado de ellos. Era una buena lección—. Sé que no debía espiaros, pero... es difícil darse la vuelta cuando sé que estáis hablando de mí. Si te sirve de algo, he aprendido la lección y lo siento mucho.

—No sirven de nada las disculpas —dijo Tristan con voz hueca—. Ya es demasiado tarde.

—¿Tarde? ¿Para qué? —preguntó, empezando a asustarse.

Tristan se levantó y Zero intentó agarrarle para detenerle pero al sujetar lo que debía ser su brazo, sus dedos lo atravesaron y la imagen parpadeó como si fuera una imagen del comunicador.

—¿Cuántas veces puedes morir? —dijo Tristan, y no parecía una pregunta retórica. Su expresión era más fría que de costumbre, como si su muralla fuera aún más gruesa.

Entonces, Zero se percató de que la habitación tenía una macabra iluminación verdosa. No sabía si había sido así todo el tiempo o se había vuelto así. Intentó levantarse de la cama pero no pudo, su cabeza chocó contra una lámina de madera. Volvía a estar en un lecho de tierra. Eso le ofreció un pobre consuelo. Era su pesadilla recurrente, nada más. Volvía a soñar.

Pero... ¿a qué había venido lo de Tristan? Eso era nuevo. Eso era más aterrador que los gusanos que recorrían su cuerpo.

—Despierta —se dijo, apretando los dientes—. Mierda, ¡despierta! —¿Y si no era un sueño? ¿Y si había vuelto a suceder?—. No —negó intentando concentrarse en la respiración—. ¡Despierta de una puta vez, joder! —gritó.

*

—¡Mierda, Zero! Ni se te ocurra morirte —exclamó Lenda.

El óptimo movía los brazos, y entraba y salía de su campo de visión. Escuchaba su voz pero era como si todo sucediera muy lejos, como si no le estuviera pasando a él.

«El bloqueo...» recordó, alarmado. Había visto demasiado, había recordado demasiado y había hecho saltar todas las fases del bloqueo.

«Te podría freír el cerebro», dijo alguien en su subconsciente.

«Me... me estoy muriendo», pensó, y no sintió ninguna sorpresa. «Otra vez».

*

Lenda respiró aliviado cuando escuchó de nuevo el débil latido del corazón y vio como el pecho se elevaba ligeramente para volver a bajar. Esperó unos instantes, conteniendo el aliento, hasta que se cercioró de que la sencilla operación se repetía por sí sola una y otra vez. Al menos, había conseguido estabilizarle. Se sentó, exhausto, y contó hasta veinte para eliminar los efectos que la adrenalina había dejado en su propio organismo. Le llevaría un par de minutos buenos conseguir que su pulso se acogiera a los estándares que se consideraban saludables.

Nadie es perfectoWhere stories live. Discover now