7.- Un gato sin sonrisa (1ª parte)

1.8K 137 30
                                    

Los rayos de Eos se filtraban entre los nubarrones grises dándoles un poco de ansiada paz tras cinco días de lluvias continuas, vientos huracanados y mar embravecido. Apenas se veían pequeños recortes del añorado verde del cielo de Verdara donde las nubes se había deshilado pero aun así, esa diminuta tregua era algo que les permitía respirar tranquilos y soñar con que la temporada de tormentas llegaba a su fin.

                Allí, en la costa norte del continente septentrional, las corrientes marinas y los vientos constantes hacía que hubiera dos estaciones marcadas: con tormentas y sin ellas. El periodo de tormentas era largo y ocupaba gran parte del año verdano. Y no eran tormentas de unos cuantos rayos y un poco de lluvia, no, eso era mal tiempo. Cuando en la costa de Gridoom hablaban de tormentas, hablaban de vientos huracanados que derribaban casas como si fueran el lobo feroz; hablaban de rayos que iluminaban el cielo de forma continua y se estrellaban contra el suelo electrizándolo todo; hablaban de olas del tamaño de montañas que pasaban por encima de la pequeña isla como si esta no existiera.

                Pero la pequeña isla existía, y no solo existía, estaba poblada. Si alguien echaba un vistazo a lo que había allí vería una extraña construcción de forma casi esférica que apenas sobresalía del suelo. Y vería ventanas, y luz en ellas, porque allí vivía gente. Pero lo que más le llamaría la atención de este misterioso observador sería la torre. Una estructura piramidal de base ancha hecha para soportar los embates del agua y del viento, con una serie de aparatos en el ápice, resguardados dentro de un pequeño huevo que giraba en un sentido u otro, protegiendo los preciados artefactos del ataque inmisericorde de los elementos. Y estos aparatos, y las lecturas que daban y la persona que era capaz de interpretarlas, eran capaces de decir por cuánto tiempo la tormenta les daba un respiro.

                —¡Solo tres horas de claro, Alicia! —la advirtió su padre en voz en grito.

                —Lo sé, lo sé —dijo mientras se enfundaba las aletas—. Pero no pienso estar ni un minuto más en esa casa si puedo evitarlo —gruñó antes de tirarse al agua.

                El contacto con el frío elemento fue como una bofetada en su rostro pero apenas lo notó con el grueso equipo que protegía el resto del cuerpo. En verano, cuando no era época de tormentas y Eos calentaba el mar, podía sumergirse en él sin más ropa que la que su pudor considerara necesaria.

                Era consciente que apenas podría ver algo. La tormenta también causaba estragos bajo la superficie y en ese momento, una bruma de fondo oceánico y restos del arrecife entorpecía su visión haciendo que esa pequeña escapada submarina no fuera tan apetecible como se había imaginado de partida. Pero eso era lo de menos, lo que necesitaba Alicia era silencio y de eso había mucho allí abajo.

                Cinco días sin un pequeño claro. Cinco días sin un mínimo descanso para tomar aire fresco. Habría matado por un claro de un día entero y acercarse al pueblo a hacer cualquier cosa que significara alejarse del vórtice entrópico que era la pequeña de las hermanas y de las continuas quejas y lamentos de la mediana. Y las lecciones de piano. Eso sobre todo. Las odiaba con toda su alma.

                Un claro de tres horas... En el pueblo, la gente se apresuraría a salir a comprar lo que hiciera falta. Incluso puede que se acercaran a pasear por la playa a ver si la marea había arrastrado algún tesoro. Alicia Aruso suspiró al sentir la punzada de la envidia. El trabajo de su familia era ingrato, sí, pero alguien tenía que hacerlo. El Farero llamaba a su padre y no era un mal nombre, pero no había ninguna luz que guiara naves alertándoles de la cercana costa. No, solo había señales que recibir y amplificar para que la pequeña comunidad costera no se quedara completamente aislada del mundo. Un mantenimiento constante en la época de temporales, y un servicio imprescindible ya que ellos eran los encargados de avisar de la aparición y duración de los claros.

Nadie es perfectoWhere stories live. Discover now