5.-El pájaro enjaulado (3ª parte)

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Zero tenía un buen sentido de la orientación. No iba a decir que perfecto porque a esas alturas sabía que la perfección estaba sobrevalorada, así que solo podía decir que nunca antes se había perdido.

«No es mi culpa», se dijo mientras caminaba por aquel enorme pasillo. Ambos hermanos Mar-en-Calma le habían conducido por conductos secundarios pero Tristan se había despedido en otro pasillo diferente. «Quizá debería retroceder y…»

—Señor Alcide —dijo una joven rubia, de facciones agradables y una larga trenza que colgaba de su hombro.

 «¿De dónde ha salido?», se preguntó ya que no había ninguna puerta cerca, o al menos, ninguna que pudiera ver.

—¿Sí?

—El comandante Mar-en-Calma me envía para que le indique el camino a la primera de sus entrevistas.

—¿Tan pronto? —dijo en voz alta.

Su estómago empezó a protestar, se dijo a sí mismo que era hambre, pero la verdad era que los nervios hacían mella en él. Después de todo, su vida dependía de esa conversación. «No es tan difícil», se dijo mientras seguía a la joven de la trenza a través de los pasillos de la Odisea, intentando, esta vez sí, memorizar el camino que recorrían.

—¿Cómo te llamas? —preguntó a la chica en un intento de romper el tenso silencio de la caminata.

—Penélope —dijo sin variar un ápice su expresión.

—Oh —exclamó—. No eres humana, ¿verdad?

—Soy un androide metamórfico del modelo Eros, encargada de facilitar la interacción entre la inteligencia Ulises, y los habitantes de la Odisea.

—¿Hay muchos como tú? —preguntó Zero. Ahora no podría dejar de sospechar de todo aquel que se encontrara.

—En este momento, en La Odisea, soy el único Eros con el cien por cien de operatividad.

—No quiero saber cuántos de los vuestros hay sueltos por el sistema —dijo. Penélope le miró y esbozó una sonrisa beatífica que hizo que se le erizaran todos los pelos de la espalda—. No quiero saberlo, de verdad —aseguró.

El androide sonrió de nuevo y abrió una puerta que pareció materializarse de la nada en medio de la pared. Tras ella, algo que parecía una sala de juntas con una gran mesa oval en el centro y cómodos asientos a su alrededor. 

—El señor Ave-de-Tormenta le atenderá en unos minutos —dijo, antes de desaparecer cerrando la puerta tras ella.

Zero suspiró y estudió lo que le rodeaba. Cada uno de los asientos tenía delante una consola con diversos botones que no reconocía. Seguramente eran para comunicaciones y diagramas. Le había tocado asistir a alguna de las juntas de su empresa y entonces, había estado tomando apuntes y notas mentales, dando lo mejor de sí para aprender a manejar una compañía, para no decepcionar a todos aquellos que habían depositado su confianza en él y que, entonces no había sido consciente de eso, nunca le dejarían tocar nada.

Esperaba y eso le ponía nervioso. Estaba dentro del manual básico del buen intimidador, así que no le sorprendía pero no le gustaba. Se sentó en una de las butacas y se entretuvo mirando a la pared durante un rato mientras martilleaba la mesa con sus dedos recordando el ritmo de la melodía que antes había intentado tocar. Pero la distracción le duró poco y, casi sin pensar, apretó uno de los botones de la mesa. Al instante, un enorme mapa tridimensional del sistema Eos se presentó ante él desde el centro de la mesa. En dicho mapa, los cuerpos celestes estaban representados en diferentes colores y unidas por series punteadas de líneas discontinuas. Zero lo interpretó como los planes de expansión de la corporación Mar-en-Calma. Frunció el ceño al reconocer teñidas de un tono diferente lo que, hasta donde él sabía, eran bases de la A&A.

Nadie es perfectoWhere stories live. Discover now