4- Sombras del pasado (4ª parte)

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Salió de la ducha y se puso de nuevo el mismo pantalón. Tanto Dorrick como Artos se habían comprometido a conseguirle ropa pero no debía de ser su prioridad. El espejo devolvía una imagen de sí mismo que apenas podía reconocer. Su pelo estaba corto como nunca lo había llevado y su cuerpo… Bueno, eso era algo aparte.

Cuando era niño, el médico que se ocupaba de cuidarle a él y a sus hermanos calculaba hasta la última de las calorías que gastaban para hacerles una dieta acorde a su gasto energético, así que nunca había estado gordo. Pero en ese momento estaba alarmantemente delgado. Las costillas se dibujaban alrededor del esternón y parecía que se pudiera atar una cuerda por el hueco que dejaban sus clavículas.

—Bueno, ya no soy perfecto —dijo. Pero ese sentimiento, que una vez creyó que le reconfortaría,  no hacía más que acentuar el lastre que parecía hundir su ánimo—. Toca algo —dijo al robot que permanecía inmóvil en una esquina del salón—. Por favor —repitió, recordando el consejo de Nadie—. ¿Podrías tocar algo de Tartini?

El robot no se movió. Zero frunció el ceño y se agachó para contemplar al pequeño músico a la altura de donde debía tener los ojos.

—¿Paganini? ¿Vivaldi? —Nada, ni siquiera se movió—. ¿Mozart? —preguntó comenzando a irritarse—. Vas a seguir ignorándome, ¿no es eso? Te lo he pedido bien, te lo he pedido por favor. ¿Qué más se supone que tengo que hacer para que hagas tu maldito trabajo y toques ese…? —Se contuvo antes de soltar más improperios. Discutir con un robot no iba a solucionar sus problemas. Pero a lo mejor conseguía relajarse—. Si no lo haces tú, lo haré yo mismo —dijo y agarró el violín son las dos manos dispuesto a hacerse con él.

El pequeño robot pareció adquirir vida propia de un instante para otro. Sus manos y sus largos dedos arañaron el aire buscando el instrumento mientras Zero se peleaba por recuperar también el arco.

—Has tenido tu oportunidad —dijo amenazándole antes de acomodarse el violín en la barbilla. Lo hizo de forma natural, sin pensarlo siquiera. Zero se sorprendió. Llevaba casi diez años sin acercarse a ese instrumento musical y sentía como que todavía formaba parte de él. Casi podía sentir la vida del árbol en su madera. Memorizó en un momento una partitura y tañó las cuerdas con el arco.

Los gemidos que se liberaron poco tenían que ver con lo que estaba acostumbrado. Los dedos dolían mucho y estaban demasiado hinchados. Sin querer, rozaba las cuerdas vecinas y no podía hacer toda la presión que requería. Tuvo que hacer acopio de todo su autocontrol para no arrojar el violín contra la pared.

—Es temporal —se dijo—. Las uñas crecen. Una vez lo hice —recordó—, una vez aprendí.

Se sentó en el sofá. Tenía ganas de llorar de pura frustración. Por estúpido que pareciera, siempre había creído que si hubiera querido tocar el violín, habría podido hacerlo igual que como lo hiciera entonces. Pero era evidente que eso no era así. Había perdido la memoria muscular que tanto había valorado su predecesor. Se lo habían quitado todo: el pelo, las uñas, su cuerpo perfecto y su inútil talento.

Pero si era necesario aprendería de nuevo.

—Piensa, piensa —se dijo dándose golpecitos con el arco en la frente. Intentaba recordar sus primeras piezas, aquellas con las que había comenzado. Estaba el Adagio del concierto de Mozart. Si el genio lo había escrito con menos de diez años, él podría tocarlo con veinticuatro. Aunque lo que salió del violín fue una versión retorcida y dolorosa que apenas se parecía al concepto original.

Suspiró y echó la cabeza hacia atrás sintiéndose muy cansado. Se quedó un rato así, con la vista clavada en el techo, pensando en que apenas unos meses antes, le habría importado una mierda que alguien le dijera que no podría tocar el violín de nuevo.

Nadie es perfectoWhere stories live. Discover now