9.- Hoja de Ruta (1ª parte)

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La lluvia seguía cayendo, implacable, parecía mentira que después de aquello volviera a salir el sol. Zero se sentía mejor, pero solo un poco. En cualquier momento, Tristan atravesaría esa puerta y volvería a ser la estatua de hielo. Le diría que lo de anoche solo había sido fruto del deseo y del dolor y que no podía permitirse estupideces como esa. Así que había valorado bien la situación y había llegado a la conclusión de que él tenía razón y que lo mejor era salir de su vida para siempre.

Quizá se estaba apresurando a pensar eso, pero en ese momento era como si tuviera el estómago lleno de ranas que se peleaban por ver cuál era la que encontraba el sentido ascendente para salir de allí. Nervios y miedo, para qué negarlo.

Un chico del servicio se ofreció a retirarle el desayuno que apenas había tocado, pero Zero le detuvo.

-Intentaré comer un poco más -dijo, pensando en el tiempo empleado por el cocinero, no quería despreciar sus esfuerzos-. Si tienes más cosas que hacer, puedes hacerlas -añadió, viendo que el muchacho suspiraba con cara de fastidio-. Puedo recoger esto yo mismo.

-Ponme a mí lo mismo, Brei -dijo Tristan ocupando el asiento delante de él-. Y déjanos solos. El señor Alcide y yo tenemos que hablar de negocios.

-Sí, señor Seaward -dijo el muchacho y, tras haber cumplido su orden, desapareció cerrando la puerta del comedor tras él.

Zero le vio marcharse con cierto fastidio, y se centró en el comensal que tenía delante intentando averiguar a qué Tristan tenía delante, la estatua de piedra o aquel que solo conocía él.

-¿Has dormido bien? -preguntó. Parecía una pregunta inocente ya que habían dormido juntos, pero al despertarse esa mañana, Zero se había encontrado la cama vacía y Tristan no estaba en toda la casa.

-Sí, la verdad es que he dormido bien -dijo Tristan con una sonrisa-. Pero esta mañana no ha habido forma de despertarte. He recordado que solías tener pesadillas y se me ocurrió que debía ser poco frecuente que durmieras tan profundo, así que he decidido dejarte dormir hasta que te despertaras por ti mismo. -Zero parpadeó confuso, era cierto que estaba muy avanzada la mañana cuando había abierto los ojos.

-Pero no estabas -observó Zero.

-Tenía que solucionar unos cabos sueltos -dijo con una sonrisa torcida. Una sonrisa... Zero suspiró aliviado. Parecía que ese era su Tristan y no el hombre de hielo. A pesar de eso, no sabía si no era más que una tregua pasajera hasta que «discutiera con sus sentimientos sobre cuál era la mejor opción»-. ¿No vas a comer? -dijo, señalando su plato.

-Sí -se apresuró a contestar Zero, cogiendo de nuevo sus cubiertos-. Solo pensaba en... cosas.

-¿De anoche?

-Sí.

-¿Todo bien?

-No sé -dijo Zero encogiéndose de hombros-. Eso depende, ¿todo bien?

-Creo que no estamos hablando de lo mismo -dijo Tristan con una carcajada-. Cuando hablaba de anoche... te preguntaba por tu cuerpo.

-¿Mi...? Oh, entiendo. -Zero agachó la cabeza para intentar ocultar su rostro avergonzado-. Sí, mi cuerpo está bien y yo estoy bien.

-¿Entonces? ¿Qué es lo que te preocupa? -preguntó Tristan entre bocados.

-La conversación de antes de que nos acostáramos. Dijiste que tenías que discutir con tus sentimientos -recordó, temeroso de haberse metido en arenas movedizas.

Tristan frunció el ceño durante un segundo. Esa expresión no era extraña en él, pero en esa ocasión se molestó en disimularla. Si estaba enfadado o preocupado no quería demostrárselo, pero al mismo tiempo, no había adoptado su característica cara de póker, lo que era de agradecer.

Nadie es perfectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora