1- Nadie es perfecto (1ª parte)

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Zero bajó del ovotransporte y miró a su alrededor sobrecogido por la multitud multicolor que se agolpaba en la plaza central de Galileo. No en vano, era la estación social del año y los actos culturales prodigaban por doquier.

Ya había pasado cinco años desde que obtuviera su ansiada libertad y, sin embargo, todavía no se acostumbraba a tratar con otras personas. Fueron demasiados años condenado a ver poco más que su rostro repetido en el espejo y en sus hermanos. Apretó los puños al recordar la de cosas que había perdido por el camino. Pero no era momento de entristecerse, por fin estaba allí, en Galileo.

Azalea hablaba de Galileo a todas horas y para él, acabó siendo lo más cercano al paraíso. Pero desde las cuatro paredes que por aquel entonces conformaban su existencia, el poder siquiera imaginar la luz de Eos ya suponía un milagro inalcanzable. Pero eso había sido hacía cinco años. Ahora Zero había cambiado. No tanto como su «padre» habría querido, eso desde luego, pero había cambiado.

El hall del Hotel Venecia mostraba la misma actividad que había en el exterior. Un continuo ir y venir de personas bien vestidas, humanos originales en su mayoría, aunque también podía distinguir a muchos fotosintéticos y algún que otro óptimo. Un mosaico de las razas surgidas tras la Revolución Genética que se mezclaban entre sí sin hacer distinciones de origen. Sí, Azalea tenía razón; Galileo era diferente y allí la diferencia no importaba.

—¿En qué puedo ayudarle? —dijo la amable señorita de piel esmeralda que le atendía tras el mostrador.

—Tengo una reserva a nombre de Alcide —dijo.

—¿Alcide? —la joven revisó su pantalla antes de responderle—. Aquí está. Ha sido previsor, es muy difícil encontrar habitación por estas fechas.

—Eso me dijeron —recordó, esbozando una mueca nerviosa que pretendía ser una sonrisa, mientras cogía la tarjeta que le brindaba la recepcionista.

—¿Ha estado alguna vez en el Venecia? —preguntó ella. Zero negó con la cabeza—. Con esta tarjeta puede acceder a cualquiera de las instalaciones del hotel. También pueden brindarle algunos servicios más... exclusivos —dijo jugueteando con la llave antes de devolvérsela—. Todo de primera calidad y con certificados oficiales, por supuesto.

—G-gracias —tartamudeó Zero sintiendo como la mujer le desnudaba con la mirada. Había aprendido a distinguir ese tipo de miradas pero todavía no sabía muy bien cómo reaccionar ante ellas. Por ahora, solo servían para incomodarle y hacerle ruborizar.

Su cuerpo había sido diseñado para ser perfecto, en más de un sentido. Y seguro que su predecesor habría sabido muy bien qué hacer con él y con la joven recepcionista. Por desgracia, Zero apenas sabía tratar a las personas. No pudo menos que preguntarse si la reacción habría sido la misma si la recepcionista hubiera sabido todo lo que implicaba su cuerpo. Pero no tenía sentido alarmarse por ello, en Galileo no le conocía nadie, allí era tan libre como el resto. Dirigió una tímida sonrisa a la señorita y se despidió.

Ya estaba en el ascensor cuando recordó que no había dicho nada de su equipaje. Suspiró y pensó en volver a bajar pero el recuerdo del gentío en recepción le hizo cambiar de idea. Todas sus pertenencias estaban marcadas con su nombre. El Venecia era un hotel respetable y competente, con seguridad, alguien se ocuparía de hacerle llegar sus bártulos.

Miró una vez más la numeración de su tarjeta. No era que lo necesitara, tenía una excelente memoria, pero estaba ante la puerta de su supuesta habitación y estaba abierta. Quizá estaban limpiando, o puede que el anterior inquilino no la hubiera desocupado aún. De cualquier forma, Zero asomó la cabeza. No parecía haber nadie en el amplio salón, quien quiera que fuera el intruso, estaba en el dormitorio.

Nadie es perfectoWhere stories live. Discover now