8.-Un refugio lejos del mundo (3ª parte)

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No sabía cuánto tiempo había pasado desde que cerró los ojos. Las pesadillas le atacaron sin cuartel cuando el sueño le invadió. Era el mismo que la otra vez, él y Tristan, en la habitación de espejos. De nuevo hacían el amor, pero esta vez la piel de su amante era fría como el hielo y sus ojos estaban desprovistos de vida. Cuando la sensación de terror visceral le embargó de nuevo, supo que al girar la cabeza vería la vaca y ocultó el rostro entre las manos para no ver al animal. Esta vez Tristan no le consoló, ni le abrazó para protegerle. Esta vez solo era una estatua de mármol. Entonces se dio cuenta de que estaba solo. Solo ante los espejos, ante la vaca... Pronto la habitación cambió, era mucho más pequeña, mucho más estrecha, mucho más húmeda; como una tumba.

Se despertó de golpe, empapado en sudor frío. El pequeño refugio estaba iluminado con la luz azulada y cálida de la magnetópira. Encontró la mirada furiosa del soldado que ya no estaba inconsciente. No estaba amordazado, pero apretaba los dientes con fuerza, resoplando por la nariz. Tiritaba, y Zero se sintió un poco culpable al ver su lamentable estado.

No había rastro de Tristan.

Asomó la cabeza entre las grietas y se encontró al leónida en la entrada de las escaleras. Llovía, pero no era una galerna como la que les obligaba a refugiarse.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Zero. Tristan se giró al verle.

—He visto que llovía menos, pensaba que a lo mejor era un claro pero no tiene pinta de aminorar más. Allí abajo no sabremos si deja de llover hasta que sea demasiado tarde, necesitamos aprovechar más el tiempo. Vuelve a dentro —insistió—. Si arrecia bajaré, y si no, iré a buscarte de todos modos. No tiene sentido que nos mojemos los dos.

—Bien —dijo, sin ganas de discutir.

Al verle bajo la lluvia, por un momento le pareció ver a la estatua de su pesadilla. Regresó de nuevo al refugio de las escaleras y se encontró con que el soldado, había intentado desatarse. Tristan no estaba y él y ese tipo tenían una causa pendiente.

—No estás amordazado —observó Zero, remarcando la evidencia—. Así que puedes hablar. ¿Quién te manda? —El tipo le miró con desdén y esbozó una sonrisa desafiante. Zero suspiró, agarró la cabeza del sujeto y la golpeó contra la pared. Su prisionero aulló de dolor pero no dijo nada coherente más que un montón de tacos. Zero tomó aire y descargó toda su fuerza y peso sobre la entrepierna del cautivo. El grito que este emitió poco tenía de humano—. Repetiré la pregunta —dijo Zero con voz tranquila—. ¿Quién te manda?

—¡Hijo de puta! —masculló entre alaridos.

—Bien —asintió Zero—. Podrías hacer las cosas más fáciles, ¿sabes? Pero no pasa nada, seguiremos con esto. Una vez se me cerró la tapa del piano encima de los dedos. El meñique se infló como una pelota y se volvió de color negro. Ahora está bien, me curo muy deprisa, pero recuerdo que dolió muchísimo. Parece mentira como algo tan pequeño como un simple dedo pueda doler tanto. Y, ¿sabes una cosa? Tienes diez. Empezaremos por el meñique—dijo cogiendo un bloque de piedra del suelo—. Seguro que hay formas más elegantes de hacer esto, pero, compréndelo, es mi primera vez.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Tristan. No le había oído llegar. No quería hacerlo delante de él. Pero, ¿qué le importaba lo que creyera Tristan? Quizá descubriera así que no era tan débil como se pensaba.

—¿Tú qué crees? —dijo con desdén—. Quiero saber quién les manda.

—No lo hagas —le pidió el leónida y pareció una súplica—. Por favor, no lo hagas.

—¡Tengo que hacerlo! —ladró Zero fuera de sí—. No lo entiendes... ¡Me lo han quitado todo! ¡No puedo quedarme de brazos cruzados y...!

—No te estoy pidiendo eso —dijo Tristan, intentando calmarle—. Es solo que... tú no eres así.

Nadie es perfectoWhere stories live. Discover now