Navidades Perfectas (4ª parte)

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La visita de Iván le había enseñado dos cosas: la primera era que todavía podía tener algo de esperanza en la humanidad; la segunda que, a pesar de todo, no debía confiarse porque siempre había alguien dispuesto a aprovecharse de él.

O, en este caso, dispuesta.

Quizá Elaine no había planeado que el leónida intentara conquistarle por su cuenta pero toda la historia de la mujer carecía de base. Como sospechaba, su perfil no aparecía en ninguno de los ofrecidos por la agencia Valicourt para el crucero así que solo era alguien intentando sacar partido. Otro más.

Se había encontrado con bastantes y, a pesar de que intentaba mantener una política de confianza, cada vez tenía la sensación de que era más difícil pensar bien de las personas. Seguro que había gente buena por allí, seguro, pero no se acercarían a él sabiendo quién era. Por eso el comportamiento de Iván le parecía tan extraño. ¿En verdad alguien podía sentirse atraído por él? No por su cuerpo, ni por su dinero... ¿En verdad alguien creía que merecía la pena conocer lo que había debajo?

Por ahora solo le había dicho su nombre. El estúpido nombre con el que se llamaba a sí mismo porque nadie más lo utilizaba. Había sido agradable oírlo en los labios de otra persona para variar.

Se puso bien las mangas de su camisa y se ajustó las solapas de su esmoquin dividiendo sus pensamientos entre lo que haría con Elaine y lo que haría con Iván. Una parte muy fuerte de él quería creer en el leónida. Necesitaba creer en él. El espejo le devolvía la imagen de la perfección, el negro del traje contrastaba con su melena plateada y acentuaba aún más el azul eléctrico de sus ojos.

Cuando la puerta de su camarote se abrió, Elaine abrió los ojos al verle. Ella estaba también muy bonita, era una mujer preciosa y sabía sacar partido a sus curvas, eso no podía negarlo. El vestido rojo era del mismo tono que su pintalabios y los pendientes, con formas de bolitas, que colgaban de sus orejas. Muy rojo. Quizá demasiado, pero a ella le quedaba bien.

—¡Feliz navidad! —dijo con una sonrisa nerviosa—. Me alegra que quisieras conservar nuestro trato —añadió, agradecida—. No te preocupes, haré que merezca la pena.

—No lo dudo —dijo él con fría cordialidad ofreciendo su brazo con galantería—. ¿Nos vamos?

Elaine se agarró, parecía nerviosa, otra muestra más de que la muchacha no se dedicaba a eso. Quizá solo intentaba salir de un apuro, Zero estuvo tentado de no seguir adelante, de decirle lo que iba a pasar y darle una oportunidad para que desapareciera. Pero no, lo que iba a pasar sería solo fruto de sus acciones.

—¿Cómo es que no te has vestido de Navidad? —preguntó Elaine mientras avanzaban por el pasillo.

—Estoy vestido para una cena —se limitó a observar.

—No es eso, tonto —bromeó Elaine con una risa ligera—. En Navidad es común vestirse de rojo y verde. ¿No lo sabías?

—No —dijo Zero, apretando las mandíbulas. Había revisado el Fondo de Conocimiento buscando información sobre la Navidad, muchísimas tradiciones diferentes de cientos de países y ritos a lo largo de los años. Lo de vestirse de colores se le había escapado.

—Oh, vamos, ¡todo el mundo la sabe! —exclamó ella, divertida.

—Rojo por San Valentín, verde por San Patricio —repasó mentalmente—. No he encontrado esa tradición en ninguna parte.

—Deberías estudiar menos y vivir más —comentó la joven—. De todas formas, es igual, estás muy guapo. Todo el mundo te mirará.

—Genial —masculló Zero para sí.

Nadie es perfectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora