Capítulo 6. Tormenta en el infierno

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¿Qué quiso decir Harry? No se puede haber fijado en mí ya que me ha visto dos veces. Suelto el portátil y me doy la vuelta en la cama de cara al techo. Cojo el pequeño mando que controla el iPod, conectado a los altavoces. Subo el volumen y me centro en James Bay y su Let it go. Es una canción aparentemente triste pero a mí me relaja. Hace que me olvide de todo y todos. Bajo a la cocina y diviso una sombra en el salón.

La sombra proyectada en la pared se aproxima a mí. Mi respiración va a mil y mi corazón aún más deprisa. Corro pero siento a alguien detrás de mí. Llego hasta el desván y subo las escaleras con la esperanza de que aquí no me encuentre. Me escondo en una esquina. Cierro los ojos en los que las lágrimas se agolpan y me dejo llevar.

—Dustin yo no me quiero esconder.

—Debes hacerlo, Hess. Por favor. Yo volveré enseguida.

—Nunca lo haces.

—Créeme esta vez —asiento y me acomodo en la esquina.

Me tapo con una mantita que huele a humedad. Cierro los ojos con fuerza intentando no oír lo que pasa abajo pero es imposible.

—¡Por favor, Drew! —grita mamá.

Oigo cómo llora y cómo papá grita. Algo se rompe y cuando lo hace mamá grita aún más. Mamá sigue llorando y papá gritando pero al que no oigo es a Dustin.

La luz de una farola se filtra por la pequeña buhardilla. Y descubro a alguie na escasos centímetros de mí mirándome. Me encojo.

—Hess, no te encontraba —susurra mi hermano con delicadeza.

—Había alguien abajo, Dustin. Venía a por mí.

—No había nada, cuando he llegado no había nadie.

—Estoy segura...

—Créeme esta vez —suspiro y asiento.

Nos ponemos en pie y bajamos. Me tiendo en la cama y alcanzo rápidamente el sueño.


Creo que Harry me evita. Y lo qué realmente me pregunto es por qué no dejo de pensar de él si tan sólo lo conozco de tres días. Observo lo que pasa a través de la ventana. El cielo anuncia una tormenta, pues los rayos se ven al lejos. Tamborileo con el lápiz fingiendo oír pero mi mente ya no está aquí. Hace mucho que se fue.

Hoy el día pasa a cámara lenta. Veo pasar gente constantemente por los pasillos pero en cambio soy yo la que no avanza. Como en una película en la que en esa escena todos los demás van a cámara rápida menos la protagonista. Exhalo una bocanada de aire. Cierro los ojos y me humedezco los labios. Me concentro en el fondo de la taquilla y la cierro de un portazo.

El pasillo ya está desierto y a desgana me dirijo al patio. Paso por delante de la sala de música que está con las puertas abiertas y siento como si me llamase. Atraída por lo pintoresca que parece la recorro. Instrumentos aquí y allá junto a partituras inacabadas, cómo un músico que vive eternamente inspirado. Al fondo de la enorme sala, aparentemente insonorizada, veo un piano idéntico al que tengo yo, sólo que éste no fue maltratado vilmente con un martillo por ningún borracho.

Me siento en él y deslizo los dedos por las teclas sin llegar a presionarlas. Siento la suavidad de éstas y mis dedos se adueñan del piano nublándome el pensamiento. Del maravilloso instrumento que tengo delante brotan notas precisas y melancólicas. Oigo tímidos aplausos detrás de mí. Ceso de tocar y me giro. Meredith, la profesora de música me sonríe.

—Lo has interpretado con mucho sentimiento. Déjame adivinar, Bach —asiento con una leve sonrisa en el rostro—, tienes talento. ¿Desde cuando tocas?

—En  realidad no toco, aprendí cuando tenía unos nueve años pero no lo hago desde los doce.

—Me parece un auténtico desperdicio. Puedes venir aquí cuando quieras, desde hoy ese será tu piano. —sonríe.

Su sonrisa me gusta, está  llena de ternura y cercanía familiar. Me recuerda a la tía Margo. Se va y me quedo de nuevo sola mirando el piano. Sentándome de nuevo en él, toco Say something, esta vez acompaño la melodía con mi voz.

Mme detengo cuando alguien se sienta y toca conmigo. Ésa voz profunda. Tan maravillosa cantando cómo imaginé.

Subo la cremallera del anorak hasta que prácticamente me asfixia y me cubro con la capucha. Algunos alumnos permanecen en la entrada esperando a que escampe. ¿Olvidáis que las tormentas en Holmes Chapel tardan en amainar? Prefiero irme ya, ¿para qué evitar lo inevitable?

Emprendo la marcha y oigo, aunque sus voces las ahoga la lluvia, cómo me llaman loca o atrevida. ¡Por Dios que son cuatro gotas, no exageréis más! Pongo los ojos en blanco y me detengo bajo una marquesina de autobús. Saco el iPod y oculto mis auriculares bajo el anorak para que no se mojen. Lo meto de nuevo en el bolsillo y de repente no oigo la lluvia. Los pitidos de los coches han desaparecido. Vale eso no se puede hacer, es peligroso, pero sinceramente, si me atropellan me da igual.

Entonces mientras pienso en ello me pregunto a quién echaría de menos y por mi cabeza no se pasa Dustin, ni siquiera Tía Margo. A quién veo en ella es a Harry.


Eternal ▴ H. S [EDITANDO]Όπου ζουν οι ιστορίες. Ανακάλυψε τώρα