Capítulo V

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Estaba demasiado concentrada en el suelo pulido y blanco recordando la increíble atención que había obtenido en una pequeña y diminuta hora, sesenta minutos de felicidad, y tres mil seiscientos segundos que valieron la pena. Me sentí honrada e importante, hasta que recordé el almuerzo. Recordé a mis padres, recordé a mi madre sirviendo nuestra comida por las mañanas, recordé a mi padre quejándose por no haber lavado los platos cada noche, recordé las veces que discutían por cosas inútiles que para ellos eran importantes. Y recordé a Lilo, la pequeña mascota canina de mi prima. Esa perrita quien cargaba con la culpa de mis cicatrices para el mundo entero; en secreto, solía disculparme con Lilo. Como si de verdad me escuchase.

Mi mente no podía dejar de pensar en qué estará haciendo David Melaine, el que ha roto mi corazón. O qué estaría haciendo Dova junto a Nubia, quienes eran inseparables como hermanas gemelas, pero con las cuales tenía una muy fina amistad. Si, tenía amigos y quería morir. Que extraño, ¿no?

El hecho es que los suicidas no son como los pintan en las redes sociales, ni como dicen los investigadores. Los suicidas tampoco son esos que se la mantienen con una cara larga o aquellos que cada noche intentan morir.

Los suicidas son aquellos que muestran felicidad extrema, aquellos que sonríen con ojos tristes, ellos no intentan morir cada noche, sólo esperan la muerte en cada ocasión cotidiana. Eso es un suicida, y por la ignorancia del mundo es que nadie nota quién desea morir hasta que los encuentran en sus habitaciones con una soga atada al cuello y con los pies a centímetros del suelo. Pero muertos. Cuando ya no tiene caso saberlo. Dicen "era suicida" cuando no hay poder de arreglarlo.

En algún tiempo atrás llegué a pensar que si el infierno existía, el planeta tierra lo era, que si había un diablo era el dinero y que si habían demonios, ellos habitaban dentro de nosotros. Y aunque andaba caminando en un pasillo blanco y pálido, los pensamientos no se iban. Empezaba a odiar pensar, me daba miedo a donde dirigía mis palabras internas.

Me dirigía a pasos lentos hacia el comedor, pero no tenía hambre. No quería comer. Así que instintivamente tomé camino a lo que imitaba ser mi habitación. Y recordé mi habitación, ¿cómo estará luego de una noche sin ser habitada?

Entré a la habitación imaginando que estaba de viaje y me hospedaba en el mejor hotel. Me quité los zapatos blancos y me quedé descalza. En casa siempre estaba descalza, y se sentía bien, pero esta vez se siente prohibido y frío. No miraba más nada que la ventana cubierta de cortinas con caras felices hipócritas, y me dio curiosidad. Eres curiosa, me gusta eso, me gusta.

Sus palabras sonaron en mi mente como si lo estuviese repitiendo.

Para saciar mi incontrolable curiosidad, me fui directo a esa cortina que cubría una ventana. Quería arrancar esa cortina, y esperaba encontrarme con un cielo azul iluminado por un radiante sol. Pero la realidad era otra -siempre lo era-, al momento de remover las cortinas, no se veía nada mas que cemento.

Pero que feliz vista.

Cemento gris cubría todo lo que podía llegar a ver, aunque si había una pequeña rendija donde podía ver algo de luz y vida.

De inmediato supe porqué no dejarían la ventana con una vista completa: estaba en un tercer piso. Cualquier suicida se lanzaría para morir. Pero ese suicida sería estúpido, no se muere al lanzarse de un tercer piso. Te quedarían terribles dolores y lesiones. Mejor ahórcate.

Y una vez más, me asustaba todo lo que pasaba por mi mente.

No sé cuántos minutos pasaron mientras observaba la ventana sin objetivo alguno, no sé si había pasado una eternidad. Pero desperté de tal trance cuando golpearon mi puerta, de inmediato pensé en mis padres visitándome.

Cut Room - A.P Ávila.Where stories live. Discover now