Capítulo VIII

1.5K 48 4
                                    

Empecé a imaginar donde estuviese hoy si hubiese terminado de morir aquella noche llena de sangre. Tal vez en otra vida mas reconfortante o en una más desgraciada. La verdad es que no lo sabía, pero era mejor cualquier lugar a estar aquí, sentada frente a un doctor forzado a ser amable.

Lo que menos me gustaba del doctor Lorenzo era su mirada que irradiaba lástima mas que interés por mi condición. ¿Condición? No era una condición. No necesitaba ningún doctor ni ningún psicólogo, mi diagnóstico era mas fácil que el de cualquier otro paciente: me quería morir, ¿qué tan profundo podía ser aquél deseo?

— ¿Por qué sonríes? ¿Acaso estás feliz? — cuestionó el doctor con alguna punzada de asombro.

— No. Y le enseño algo: la sonrisa perdió su verdadero significado hace décadas. Sépalo. Y anótelo, también. — respondí volviendo a ocultar mis muñecas bajo la mesa.

— Estoy totalmente de acuerdo —

Dicho esto, guiñó un ojo y se levantó. Me asqueé, las personas mayores no deberían tener permiso de guiñar ojos.

— Ven, Gemma, siéntate aquí y comprobaré el ritmo de tu pulso. — dijo Lorenzo y dio palmadas a una camilla envuelta en sábanas celestes que se encontraba mas atrás de su escritorio.

Las sábanas celestes me recordaron dulcemente a mi madre, y seguidamente, a mi padre. Y siguiente pensamiento: el hermoso encuentro de esta mañana el cual se repetía y repetía en mi cabeza. Desde que miré los ojos de mi madre al entrar hasta que observé los ojos oscuros de mi padre al terminar dormida.

No tenía ni la mas remota idea de qué podían estar conversando mis padres al respecto. Tal vez estaban ojeando un libro para localizar el mejor orfanato, o estaban firmando el acta de divorcio. El 74% de los matrimonios se separan luego de la muerte de un hijo, estaba claro que no había muerto, pero la Gemma talentosa en el canto, que amaba bailar y sonreía todo el tiempo, la Gemma que mis padres conocieron había muerto.

Era la única adolescente Gemma que ellos conocieron, ha muerto, y ya ha sido enterrada cuatro metros bajo tierra.

No pensé mas, y fui a sentarme donde el doctor me había pedido hacerlo. Los pies me quedaban en el aire y empecé a moverlos inconscientemente de atrás hacia adelante. Ser tan pequeña era divertido.

Lorenzo colocó su estetoscopio en mi pecho, se sentía frío el pedazo de metal contra mi piel. Al parecer mi corazón tenía un ritmo regular.

Luego de otros exámenes rápidos, se había por fin acabado la consulta que había parecido eterna con Dr Lorenzo.

Ya estaba en el infinito pasillo blanco, dirigiéndome a la recepción. ¿Por qué me dirigía a la recepción? Pues porque no había un alma en ese pasillo que me dijese donde estaba el gimnasio fantasma.

La señora detrás del mostrador se mármol café sonrió al verme, y sonrió mas al ver mi pulsera amarilla, la cual parecía que pintase en mi frente "EH, HOLA, SOY SUICIDA Y ME HAN DESCUBIERTO".

— Disculpe — dije aún poniendo a prueba mi voz que parecía mejorar — ¿Dónde está el gimnasio? —

La señora me avisó que estaba en el quinto piso, que tendría que tomar las escaleras que estaban al lado de donde me encontraba y subir por mi misma porque el ascensor había dañado esa misma mañana.

Casi sudando, llegué al quinto piso a pie. Nunca había sido amante de los ejercicios. Sabía que estaba en el tercer piso anteriormente y que no eran más de diez escaleras que debía subir pero había sido agotador.

Para mi sorpresa, no había nadie en la enorme cancha de piso de madera. El quinto piso estaba compuesto por solamente esa cancha multiuso.

Vi salir a Jobad de lo que supuse eran loa vestidores con unos pantalones cortos de licra que dejaban ver sus piernas morenas, tenía puesto unos tacos de fútbol y una franelilla negra.

Cut Room - A.P Ávila.Waar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu