Capítulo IX

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Sangre en el suelo y lágrimas que empapaban mi ropa lentamente. Se sentía correcto hacerlo. Deslizar la hojilla de un lado a otro repetidas veces parecía ser la única cosa que lograba calmarme. Ver las gotas de sangre derramarse sobre el suelo y parte de las sábanas limpias y blancas. Lloraba. Ahora alguna trabajadora enfermera cansada tendría que limpiar mi desastre, porque era mío. Lloré aún mas fuerte. No quería que otro limpiase mi desastre. Era mío.

Un sólo corte. Sólo uno me había prometido. Mi vista era cada vez mas nublada por culpa de las lágrimas que noblemente invadían mis ojos y se deslizaban por lo largo de mi mejilla dejando un camino que ardía, ardía llorar. Pero el corte en mi muñeca no dolía, y esa era la peor parte: cuando el dolor físico ya es tan común en ti que necesitas algo mas.

Como un adicto a las drogas, que empieza con marihuana pero pronto los efectos de esta no satisfacen, busca desesperadamente otra droga mas fuerte. Y ahí empieza lo malo.

Así era cortarse. Una adicción, que te llevaba a otra adicción y te guiaba hacia otra mas y otra más.

El objeto punzante de metal seguía haciendo su trabajo en mi muñeca mientras mis gemidos de dolor emocional sonaban por todas las paredes, mi nariz goteaba y la sangre empezaba a manchar mi pantalón corto deportivo. Me solté el cabello. Y empecé a halarlo para arrancarlo de su raíz, no dolía en absoluto pero molestaba y quería hacerme el mayor daño posible.

Consideré lanzarme del tercer piso. Sabía que no iba a morir, pero unas cuantas lesiones en mi cuerpo y huesos rotos era lo que necesitaba para cubrir heridas emocionales. Pero por supuesto que el hospital ya había pensado tan maliciosamente como yo.

Las voces estaban pero no hablaban, y era peor que no lo hiciesen porque se sentía una incomodidad mental.

La hojilla se resbaló de mi mano bañada en mi propia sangre y lloré más fuerte, y los gemidos ya no se escuchaban sólo en las paredes. Ya no era de día y ya no había tanta luz. Me maldije al mirarme en el espejo.

Estaba sentada en el suelo cuando recosté mi cabeza en la pared para mirar al cielo. Gritaba ahora. Buscando que alguien me auxiliara. Le pedí a Dios -si es que existe uno- que por favor acabase con mi vida. No quería vivir.

Jugué muy diabólicamente con mi propia sangre de la única cortada que esta noche había abierto. Me pinté ambas manos de ese líquido rojo ya casi negro por mi nublada visión y las pasé por todas mis piernas, disfrutando de mi propio desastre. Odiándome más. Insatisfecha de que lo que antes me aliviaba con su dolor ya no hacía su trabajo.

Intenté apartar unos cabellos de mi rostro con la ayuda de mis manos olvidando que las tenía llenas de sangre. Me había manchado la cara.

Tomé la hojilla una vez mas y volví a presionarla contra la hipersensible piel de mi muñeca, y brotando aún mas sangre. No lograba encontrar la vena, quería tocarla antes de finalmente cortarla. Pero no sentía nada, y una impotencia se apoderó de mi mente cuando realicé que no sentía el dolor y ardor que tanto ansiaba. Con la poca fuerza que me quedaba, lancé la maldita hoja lejos de mi. No oí caerla sobre el suelo. Los ojos estaban hinchados y mi respiración era un total desnivel.

Con mis propias uñas, logré seguir haciéndome mas daño, aruñando todo mi cuerpo y rostro.

— Basta. Ahora, Gemma, para — dijo una voz gruesa inconfundible.

Subí mi rostro lleno de sangre y lágrimas para mirar unos ojos azules profundos, y darme cuenta que Donato estaba justo aquí. Delante de mi. Mirando cómo me autodestruía.

Su voz no expresaba nada, una lágrima rodaba por su mejilla. Y me odié por haber hecho llorar a Donato. ¿Quién en su sano juicio quería ver a alguien como Donato llorar?

Cut Room - A.P Ávila.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora