Capítulo XXVII

943 50 21
                                    

Uno.

Dos.

Tres.

Cuatro golpes le había dado a la pared, llevando vibraciones por todos mis brazos. Me había desecho del suéter blanco, y me había quedado con la franela negro que dejaba mis cicatrices a la vista del público.

Me sentía una boxeadora profesional, me estaba liberando golpear la pared. La puerta estaba abierta, ya que ahora era imposible cerrarla puesto que la manilla estaba rota tirada en el suelo. No la recogí, simplemente la empuje con mi pie y fue hacia debajo de la cama, no sin antes revisar si podría tener algún objeto punzante que me ayudase a descargar esta terrible ira e impotencia que me estaba comiendo el pecho.

Casa golpe en la pared significaba algo, uno por ser idiota, dos por abrazar a David, tres por cortarme, y cuatro por haber roto a Donato de la forma en que lo hice. No sé exactamente que hirió a Donato, pero necesito averiguarlo antes de que la duda me mate.

Me detuve. Donato no debe estar fuera de su habitación. Ya eran casi las diez de la noche, podía ir y revisar si ya se había dormido o si piensa quedarse hasta muy tarde despierto. Tal vez leyendo un clásico de Disney.

Con ningún miedo de hacer ruido, fui hasta el final del pasillo buscando la gran puerta azul con una D. Y la encontré, estaba entreabierta, lo cual era dudoso.

Entré ahora si intentando ser silenciosa, no quería despertarlo y que me mirase con esos ojos opacos y vacíos.

La cama estaba vacía. Y ordenada. Como si nunca hubiese llegado a su habitación después del... incidente en mi habitación. Aunque la puerta se encontraba abierta. La luz se encontraba encendida, dando una sensación de que era de día.

Los nudillos me dolían, sin embargo, me obligué a seguir buscándolo. La última vez que vine a su habitación fue hace mas de una semana, y había terminado con mas rayas que una cebra, ese día... todo cambió; la confianza creció y con eso, el miedo de perderla. Es extraño que mientras hay mas confianza, hay mas posibilidades de romperla.

Observé de nuevo la decoración única en la habitación de Donato. Los alambres en forma de letras que construían nombres seguían cayendo burlonamente. La pared que tenía letras al azar sin ningún sentido, todo tan ordenado. Y el nombre Celine, seguía guindado, con luces y flores, mas grande que los demás nombres. Lo que me recordó el mío.

La última vez que había venido, sólo la mitad de mi nombre estaba hecha. Gem. Busqué en donde estaban los demás nombres, pero el mío no estaba. Un sentimiento de culpa presionó mi estómago, no debía estar husmeando entre cosas ajenas. Un brillo captó mi atención, sobre la mesa de madera oscura, pequeña, a un lado de la cama, se encontraba mi nombre. Estaba completo. Gemma. Sólo estaba pintado hasta la mitad de color magenta brillante. ¿Es ese el color que represento? Creo firmemente en que las personas tienen un color interno que los identifica. Lo irradian. Como una energía, una luz que te rodea del cual eres dueño.

Al vez mi nombre casi todo coloreado, me dió la impresión de que no lo había terminado. Miré los otros nombres, (excepto el de Celine, porque me daban celos), y ninguno tenía color. ¿Eso significaba que tenía algún tipo de privilegio? Quería tener privilegio. Ser importante para alguien.

Necesitaba a Donato. Pedirle perdón, pero primero saber qué lo ha herido tanto que lo hizo irse, lo hizo huir. Aunque Donato no huye.

De repente, un pensamiento claro me golpeó; la última vez que vine a buscar a Donato, no estaba, estaba en el almacén de patines, su cuarto de cortes. Nuestro cuarto de cortes.

Cut Room - A.P Ávila.Where stories live. Discover now