Capítulo VII

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Ya estaba de pie en el pasillo cuando noté que estaba descalza, pero no me importó en absoluto.

Recordé a mis padres hablando de lo ocurrido y recordé hallar el par de ojos de Donato segundos antes de haberse puesto todo negro. Las voces no me habían molestado, sin embargo, no sentía mi cerebro en paz en absoluto.

Recordé una vez que estuve en una misa escolar y mis padres estaban ahí, recuerdo haber estado sentada entre Dova y Nubia, mis compañeros estaban sentados junto a nosotras también, recuerdo totalmente haber pillado a David Melaine, el chico que rompió mi corazón, mirándome. Lo había ignorado.

La misma había empezado y recuerdo las palabras del Padre Henrique: "no hay paz interior si no hay silencio interior", y justamente, esa frase perdía totalmente el sentido ya que sentía un puro silencio dentro pero no había paz.

Un pequeño pitido sonó en mi oído y supe quienes eran: esas malditas.

Estaba notoriamente cansada de esas cosas, de esas voces destractoras de mi misma. No quería escucharlas más, eran atosigantes y me hacían querer morir ya. Miré el largo pasillo y caminé hacia las voces que hacían eco en las paredes blancas. Parecían provenir del comedor.

Pero me detuve, no iba a ir al comedor con toda esa comida asquerosa que me ocasionaba fatiga de sólo imaginarla. Me mareé, sentía que el piso se movía con cada paso que daba. Ya me imaginaba cayendo sobre el suelo frío y duro, ya pensaba que era un temblor y estaba apunto de ser felizmente aplastada por el tejado y las paredes de ladrillos.

Efectos de las voces presentes en mi mente. No habían hablado mas.

Se habían ido. Los mareos cesaron y anunciaron la partida de mis amigas. Suspiré tan gloriosamente, tan alegre. Mis voces dejaron una terrible migraña, y una fatiga en mis músculos que caminar era incómodo. Y ahora y mis oídos empezaron a escuchar realmente.

Papeles rasgados por aquí y sillas moviéndose por allá, había algo de ruido y no lo había notado por andar enfocada en mis voces.

Corrí a mi habitación a ponerme mis zapatos de enfermera, ahora que tenía el poder de mis acciones totalmente, quería hacer algo.

Y vi el lienzo negro...

Mi energía iba mas allá de sentarme a pintar sobre un lienzo oscuro que me recordaba mas el hoyo de mi tumba que un artefacto donde se expresa el arte.

¡Pero si tenía que ir al doctor! ¡Y luego al gimnasio!

Era perfecto para quemar las energías que guardaba y para calentar esos músculos atrofiados de mi espalda y piernas, sentía los músculos lentos pero igualmente tenía una picazón en mis muslos por querer correr un rato y desatar todo lo que me mantiene atada.

Ya eran las dos de la tarde según el muy aburrido reloj de pared en mi habitación.

Mi habitación.

Cuanto podía llegar a extrañar un hueco entre cuatro paredes. Si, era un hoyo. Pero era mío, el único lugar donde encajaba.

Saqué de mi mente las cosas que podía llegar a extrañar. Y salí de esa habitación.

El frío no me molestaba pero estaba presente, y la voz de Donato se oía desde mi puerta. La cual abrí y me encontré con Epha que estaba apunto de tocar mi puerta para pedir su entrada, le sonreí, una terrible sonrisa comparada con la sonrisa que ella me envió próximamente. Sus rizos caían como casacada a los lados de su cuello, y me hizo recordar cuánto siempre quise visitar el Salto Ángel, la cascada mas grande del mundo. Si bien todo el mundo creía que quería ir para disfrutar de lo muy hermoso que la naturaleza podía llegar a ser, aunque la realidad era que mi curiosidad de visitar ese momento natural era para lanzarme y pensar: tendré una muerte natural como Dios manda.

Cut Room - A.P Ávila.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora