Capítulo XXIV

1K 44 11
                                    

No pude detallar su mirada pero supe que era seductora. Donato me estuvo  seduciendo.

Se veía tan guapo bajo a

la brillante luz aritifical, se veía su rostro en total iluminación. Sus labios rosados y sus ojos azules oscuros creaban un contraste digno de inmortalizar. De una vez me saqué esa idea de la inmortalidad, eso enfermaba a la gente. Porque los humanos creemos que somos -como diría mi madre- los protagonistas de la novela y jamás vamos a morir. Incorrecto total.

El punto es que Donato brillaba de emoción y sus ojos estaban bastante abiertos.

Lástima que ahora me encontraba en una habitación que no es la mía. Es la de Jobad.

Un minuto exacto luego de la hermosa aparición de Donato, Epha y Lorenzo llegaron gritando que estaba prohibido vernos. Nos dijeron un montón de cosas que sinceramente no les di una mierda ya que estaba demasiado golpeada por tal sorpresa. La risa de Donato había llenado la habitación, tan fresca como siempre. Cuanto extrañé escucharlo reír.

Epha guió a Donato antes de que él pudiese acercarse, lo llevó a otro lugar arriba porque subió las escaleras y el cuarto de Donato, que yo sepa, estaba en esta misma planta.

Había logrado captar las nuevas marcas de Donato que yo había hecho. Eran mas hermosas que una "mordida de amor" o unos de esos asquerosos chupetones que algunas personas consideran algo total y puramente amoroso. Me gustó verlo estar lleno de mi trabajo, me sentí bien. Y mal, mal porque antes no eran tantas. Y cortarse esta tan jodidamente pero se siente tan jodidamente bien.

Una cicatriz resaltaba de todas las demás, la mas larga. Era idéntica a mi cicatriz. Desde el hombro hasta la parte interna del codo. Teníamos la misma cicatriz, como un tatuaje. Como esos tatuajes de parejas que antes me parecían ridículos pero ahora, teniendo algo tan parecido pero mejor, me agrada. Y me agrada saber que Donato tiene algo en común conmigo que jamás se borrará. Nunca. A menos que cambie de piel. Me reí ante la idea.

Había un espejo frente a mi en donde veía mi rostro, el cual no había visto en muchos días. Desde que no tenia espejo en mi habitación, no había mirado mi aspecto. ¿Por qué nadie me dijo que tenía bolsas bajos los ojos? Las clavículas se notaban mas, y los huesos de mis pómulos podían verse fácilmente. Estaba demacrada.

Pero había algo diferente: estaba feliz.

Había visto a Donato de nuevo, y supe que me necesita tanto como yo a él. Muchísimo. La puerta se abrió de golpe, haciéndome girar mi rostro hacia ella y encontrarme con el rostro de porcelana con dos zafiros incrustados.

Donato.

— ¿Por qué no me permiten verte? — preguntó de golpe.

Su voz. De la cual ya estaba enamorada, era ronca, profunda, y tan sexy.

— Don... — dije por primera vez nombrándolo por ese diminutivo.

Mi garganta se había secado y mi corazón parecía querer salir y correr. Su rostro se arrugó ante la nueva manera de ser llamado por mi.

— No... no me llames así — dijo, tan recto y nervioso como siempre.

Me asusté. Si no me deja llamarlo así significa que no confía en mi.

Donato no confía en mi. Ya no.

— ¿Qué? — pregunté, orando por haber creído escuchar mal.

— No me digas así.

Se acercó hacia mi. Ya me encontraba de pie y él tomó mis manos entre las de él. Eran cálidas.

Cut Room - A.P Ávila.Where stories live. Discover now