Capítulo X

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Luego de notar que Jobad admiraba a Donato allá en la enfermería, estuve en mi cuarto. Ya estaba totalmente limpio y ordenado, como si nada hubiese ocurrido.

Ojalá pudiese limpiar mi mente, porque, tengo mis razones para cortarme pero esto es un círculo vicioso: la primera vez que lo haces, duele y arde como demonios, luego te haces mas cortes, intentando sanar el anterior, te duele de la misma manera pero ahora cortas por una razón mas: tienes cicatrices. Y poco a poco vas odiando tu cuerpo llenos de cicatrices.

Las sábanas blancas cubrían el colchón donde se suponía intentaría dormir esta noche. El suelo estaba recién pulido. Miré hacia la peinadora, y encontré... nada... se habían llevado el espejo de mi habitación.

Pero ya sabía porqué: fácilmente podía haber roto el espejo y utilizar los pedazos rotos y filosos en mi contra. No sé cuantos años tenía este psiquiátrico pero llevaban tanta experiencia que pensaban mas rápido que yo misma.

Recordaba haber estado teñida en sangre de arriba hasta abajo, pero ya no. De hecho, ya no tenía el conjunto deportivo puesto, llevaba el típico pantalón blanco con la típica franela blanca que el hospital me proporcionaba. Me senté. Cansada mentalmente de luchar tanto contra mi misma, era una guerra inconclusa entre salvarme o dejarme ir. Me habían bañado, alguien me vio desnuda e inconsciente y rogaba a Dios que Epha haya sido la que me ha limpiado y cambiado de ropa.

La puerta sonó hueca, y alguien muy lentamente la abrió consiguiendo asustarme un poquito.

Epha, junto a dos enfermeras de baja estatura que cargaban dos cestas llenas de ropa queuy fácilmente supe eran de mi pertenencia.

— Gemma... tus padres han dejado ropa para ti — dijo y dejó las cestas en el suelo con la ayuda de las enfermeras.

— ¿Mi-mis padres han v-venido?

Tartamudeaba y no quería saber por qué estaba tan nerviosa.

— Si, ellos estuvieron aquí pero seguías dormida. — su tono era tan suave que llegaba a parecer que estuviese asustada por algo. — Los hemos llamado por tu ataque la noche anterior.

— ¿Para qué? — exclamé, yo no quería que mis padres supiesen cada pequeña cosa que hacía, me sentía vigilada.

— Son tus padres, deben saberlo, Gemma —

Asentí, y divisé un rasguño en su cuello. Oh Dios Mío.

Rápidamente me levanté y fui hacia ella con cautela, ella no se movía, incluso aguantaba la respiración.

— Yo... ¿Te he hecho esto? — dije pausadamente.

Epha tenía miedo... de mi.

Ahogó una risa sonora que ambas sabíamos que era sobreactuada.

— Claro que no, linda, este ha sido mi pequeño gato travieso esta mañana. — habló pellizcando mis mejillas y saliendo de mi habitación.

Si, claro, el gato. El mismo gato me ha hecho incontables cicatrices en mis brazos, estómagos, caderas y piernas.

Ahogué un grito al escuchar mis propios pensamientos: ¿Epha estaba cortándose para morir? Demasiada casualidad que siempre utilice franelas de mangas largas.

No, Epha era demasiado hermosa e inteligente para cometer tal cosa.

De igual manera, el cuento del gato no era cierto.

Vi las cestas, supe que tenía trabajo por hacer, sin embargo, aquí no habría nadie que me obligase a tener la habitación ordenada, así que bufé, tomé las cestas y lancé toda la ropa dentro del closet de madera blanca.

Cut Room - A.P Ávila.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora