Capítulo XXI

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Mi alma abandonó mi cuerpo y mi corazón se detuvo para luego sentir como se rompía.

Estaba tan lleno de sangre, sudaba frío, estaba sentado en el suelo con el rostro empapado de lágrimas, una hojilla de metal y letal que me parecía familiar en su mano, y su brazo con una gran herida abierta.

Incluso en ese estado, Donato sonreía al verme. Estaba muy emocionado de verme. Hasta que me encontraste. ¿Él estaba esperando que yo lo encontrase? ¿Por qué nadie había venido a buscarlo aquí?

Ahora yo estaba temblando, y una terrible tentación se apoderaba de mi al mismo tiempo que quería acabar con aquella imagen. Me sorprendí a mi misma corriendo hacia él. No me daba asco la sangre que manchaba su brazo, no me transmitía temor el hecho de acercarme a esa hojilla de nuevo. Porque ahora lo sabía, Donato se estaba cortando con mi hojilla. La que me robó aquella noche que parecía haber pasado hace siglos.

Me senté a su lado. Y lo miré. Él seguía sonriendo y las lágrimas seguían rodando sobre sus mejillas, su cuerpo daba pequeños espasmos de sollozo, sus piernas pálidas estaban totalmente estiradas y su espalda estaba recostada sobre un estando donde habían pares de patines sobre hielo. ¿Qué se supone que deba hacer ahora? Yo era la que siempre estaba recibiendo ayuda en ese estado, era la primera vez que veía esta cara de su vida y yo estaba pasmada a su lado como si estuviese tomando el sol a su lado.

¿Qué debía decirle? Yo misma sabía que ninguna frase era suficientemente buena para hacerte lanzar esa maldita hoja lejos.

A mi me gustaba twitter. Me gustaba bastante. Así que empecé a pensar en esas cuentas suicidas y deprimemtes que promueven el suicidio. Son team estúpidas. Pero ahora mismo me estaban ayudando. Pensé en esa frase que leí y en parte me había gustado.

— Donato — dije, no supe como comenzar — no... no lo hagas.

Sus ojos se abrieron. Bueno... está bien... no era el mejor consejo, y menos por mi parte. Yo conocía su estado y estaba diciendo exactamente lo que detesto que me digan. Me sentí tan culpable de haber sido yo la dueña de su arma. Ugh, me odio.

— No te hagas mas daño. — tocí, el olor a sangre y metal estaba concentrado — Yo... — me preparé — En vez de hacerte daño a ti, hazmelo a mi.

Y había dicho lo que quería. Y era cierto. Donato merecía vivir y conocer mas que yo. Al menos él tenía talentos, era conocedor de muchos idiomas y prácticamente llevaba su vida haciendo sonreír a los demás. ¿Yo qué hacía? Estar sentada a su lado buscando algo que decir antes de que el metal pueda tocar su vena.

En parte, esto era artístico. El color rojo vivo de la sangre hacía un perfecto contraste sobre su piel blanca como la nieve.

— ¿Qué? — musitó en voz baja.

Donato era mucho mas silencioso que yo a la hora de cortarse.

— Que no te lo hagas a ti. Hazmelo a mi. Corta mis brazos, no los tuyos. —

Estaba decidida. Esta era la parte donde Donato me decía que sería incapaz de herirme.

Y yo estaba equivocada.

— Con una condición — asentí y entrelazó mis dedos con los suyos, ahora yo estaba llorando — que cuando tú quieras cortar los tuyos, cortes los míos.

Yo no le haría daño. Pero si esa condición detenía su actual estado, todo estaba bien.

— De acuerdo

— ¿Lo prometes?

— Lo prometo.

Sonrió. Lástima que iba a romper mi promesa.

Cut Room - A.P Ávila.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora