Capítulo XI

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Mi abrazo con Donato no se había roto, ninguno quería soltarse. Mis gemidos y sollozos aún hacían presencia, él sólo apretaba mi cintura como si fuese una muñeca de plástico y fuese a desaparecer. Donato aún dejaba salir algunas lágrimas, y su cuerpo se estremecía con cada sollozo.

El hecho era que no quería separarme de él. Aunque acabase de conocerlo, me sentía segura y lejos de mis desgracias entre sus brazos.

Unos ojos oscuros se asomaron por la puerta del baño. El rostro de piel oscura de Jobad no tenía expresión, hasta que arrugó sus cejas y negó lentamente, su mirada empezó a darme miedo así que poco a poco me separé de Donato, quien tenía los ojos llenos de lágrimas y su mejillas empapadas y rojizas.

— G-Gracias — tartamudeé.

Jobad tomó el hombro de Donato entre sus dedos llamando su atención, el ojiazul se volcó hacia su amigo y fingió una sonrisa, al tiempo que se retiraba junto a Jobad dejandome sola en el cuarto de baño.

***

Estaba entrando hacia la sesión grupal que ahora mismo empezaba cuando un diminuto cuerpo me llamó la atención. La pequeña y hermosísima niña estaba sentada a un lado de Flérida quien jugaba con sus rizos dorados, sus ojos se posaron en mi entrada y le sonreí. Hacía mucho tiempo que sabía que sonreír a un extraño puede cambiarle el día.

Me dirigí hacia mi puesto a un lado de Edmunt, teniendo a Donato en frente quien no me dirigió la mirada y tampoco tenía expresión facial. Era guapo. La línea de su mandíbula era marcada y estaba tensa. Me preocupé.

Epha entró a la habitación aplaudiendo para llamar nuestra atención, llevaba una franela de lino manga larga de cuello alto que no se dejaba ver su propio cuello. Recordé la pequeña cicatriz que tenía esta mañana, ahora intentaba cubrirla. Me negaba a aceptar que Epha agrediese contra ella misma estando rodeada de gente tan mediocre como yo que se corta por la razón mas ridícula.

— ¡Tenemos a una amiga nueva! ¡Ven aquí, cariño, di tu nombre! — animó Epha a la pequeña rubia que muy amablemente se levantó de su silla y fue al lado de la oradora.

Si ella era nueva, significaba que estaba aquí por haber tenido un problema tan grave que necesita ayuda psiquiátrica. Me sentí tan mal por esa niña que reflejaba inociencia en su rustro, sus pestañas eran largas y casi invisibles por lo muy claras que eran.

Ella tomó un suspiró.

— Soy Mezezabeel. Pueden decirme Meze, así me llama todo el mundo — dijo la pequeña y abrió sus brazos.

Hasta Mezezabeel tenía un apodo decente.

Esperé.

Esperé.

Esperé.

— Dios entrega — por fin dijo Donato.

Y noté como todos estuvieron esperando la intervención de Donato como yo.

Edmunt lanzó un suspiro gutural que sólo yo pude escuchar.

— ¿Este chico no hace mas nada que leer etimología? — me preguntó el señor.

Negué sonriendo. Me imaginé a Donato leyendo etimología y me causó ternura y un revoloteo en el estómago.

Lo miré, esperando que él lo hiciera también, pero no lo hizo.

— Cuenta tu historia. El porqué has llegado aquí. — habló Epha tomándola de los hombros.

Los ojos de Meze perdieron un poco de brillo.

— Mi mamá se ha muerto. Y mi papá escapó. — dijo Meze y se encogió de hombros.

Algo me dijo que la historia era mas larga y profunda que eso.

Cut Room - A.P Ávila.Where stories live. Discover now