Capítulo 37: A escondidas

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«Los chicos buenos van al cielo

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«Los chicos buenos van al cielo. Los chicos malos van a todas partes».

Bastien Hewitt se aseguró de ver chamuscadas todas las cruces que se había encargado de quemar. El frío invernal y el gélido aire que golpeaba sus rosadas mejillas ocasionaba que se abrazara a sí mismo, pero al menos el apaño de la llamarada de fuego que se desplazaba por su alrededor lograba que no se estuviera tan mal en el exterior. Apesadumbrado, observaba cómo poco a poco los signos religiosos eran destruidos.

Los cuatro adolescentes, que espiaban a hurtadillas la escena, se preguntaba del por qué el castaño se encargó de eliminarlas. Jamás se mostró recíproco y a penas se inmiscuía en asuntos que conllevaba una revelación contra Annavenim. Siempre se mostró muy sumiso con las reglas, hasta en aquel momento. Ahora entendían que Bastien era un pobre y desafortunado peón de las garras del internado, tal como la madre noche. No podían dejarse ver ayudar por los demás. Todo lo hacían en silencio, recónditos, bajo el testigo de la luna.

Jesse estuvo a punto de estornudar, alarmando a Bastien de su ensimismamiento, pero Denis estuvo alerta y tapó su boca a tiempo de que un sonoro «achús», saliera de sus labios.

—No me seas inoportuno, rubio —susurró el moreno.

Él juntó ambas palmas de sus manos en signo de perdón.

—Bastien ha dicho antes: «espero que con esto puedas perdonarme» —comentó Kaden—. Debe tener algo con Eloy.

—¿Tú crees? —interrogó Viviane.

—Sin duda alguna.

—Bien sabemos que no dirá una sola palabra —opinó ella—. La última vez que le preguntamos algo sobre Eloy, hizo oídos sordos y se apartó. No quiere hablar de él... O no puede.

—Está ayudando a su manera, atosigarle solo estropearía la situación. Él vendrá a nosotros cuando lo crea justo. Más de una vez me ha intentado decir algo, pero sellaba sus labios justo después, como si se arrepintiese o sintiera miedo de hacerlo.

—No debe sentirse capaz todavía —añadió Denis—. Tampoco sabemos si algún día se decidirá en contar lo que sabe. Hasta el momento nunca ha dicho una sola palabra. Está manipulado por quienes no quieren que hable.

La conversación cesó cuando Bastien se incorporó del piso una vez se aseguró de que todo estaba quemado en el cubo de hojalata. Los cuatro bajaron las escaleras, paulatinos de que nadie tuviera constancia de su espionaje.

El otro compañero bajó tiempo después.

De madrugada mientras todos dormían, Viviane intentaba descansar cuando destapó sus ojos al percatarse de que la puerta de la habitación se había abierto. Una pequeña ranura, donde la leve luz del exterior era visible, le avisó de la presencia de alguien. Aunque no pudo ver a nadie. Imaginó que el viento, quizás, la entreabrió.

Un peligro para sí mismo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora