Capítulo 18: Vamos a jugar

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“Los ignorantes y los engañados odian a quien les diga la verdad

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“Los ignorantes y los engañados odian a quien les diga la verdad.”

Prudence miró con atención a la joven Viviane, que esperaba por parte de ella una respuesta. La había pillado husmeando en su despacho y eso ocasionó que la monja colocara una expresión seria.

La chica recogió las hojas del periódico que se habían desparramado por el piso. Sus manos temblaban por la situación vivida. Estaba preparando una excusa que contarle a la madre antes de que la castigase por introducirse allí, pero no podía pensar con razonamiento y nada venía a su mente.

—Perdona, madre. Yo... sentí curiosidad por el periódico —confesó.

En lugar de enfadarse, Prudence pareció tomarse la situación con calma. Quizá estaba demasiado agotada como para discutir con una alumna curiosa. Después de la visita del comisario y su acompañante, enfadarse por una chica leyendo aquel viejo periódico no era su prioridad. Tenía mejores cosas en las que pensar.

—Lo dejaré pasar esta vez. Vuelve a clase.

Viviane agachó la mirada y, cuando iba dispuesta a irse, giró sobre su eje para preguntarle:

—¿Puedo preguntar por qué guarda un periódico antiguo?

—Me gusta coleccionar.

Ella asintió, pero no insistió en ello.

—¿Usted sabe si esa tal Victoria Massey murió? —inquirió.

Después de haber oído aquella voz misteriosa que no procedía de ningún lugar –pero a la vez parecía tenerla al lado–, ocasionó que Viviane se preguntara la posibilidad de haberla sentido desde el más allá. Aunque, sabiendo la enfermedad que supuestamente padecía, prefirió imaginar que su cabeza le jugó una mala situación.

—No diría que está muerta, sino que se marchó fuera del país. No se sabe nada de ella en la actualidad —respondió la monja.

—Entiendo. Gracias, madre, por no castigarme.

—Solo deja de ser tan curiosa, Leavitt —espetó—. No trae nada bueno.

Viviane no respondió y se marchó del despacho. Antes de volver a clase, agarró un cuaderno de su taquilla para que Sor María no sospechase de su ausencia y así la mentira causara el efecto correcto.

El tiempo había empeorado. El viento golpeaba los cristales junto a la nieve, ocasionando que las luces del techo amenazaran con dejar Annavenim a oscuras. Jesse, que estaba en su pupitre, se tensó al tener constancia de aquello. Si algo odiaba con fuerza, era la penumbra. Sin embargo la profesora estaba dando una charla sobre religión y la iglesia, haciendo que el rubio prestara más atención a la conversación que al mal tiempo.

—... Por eso es bueno ir a la iglesia todos los domingos, sobre todo, confesarse al padre si hay algo de lo que podáis sentir pesadumbre.

«Y lo dice ella, que se acuesta con el profesor de educación física», pensó Viviane para sí.

Un peligro para sí mismo ©Where stories live. Discover now