Capítulo 9: Imprevisto

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“Hasta el peor de los monstruos nació como un ángel, uno que no supo vivir con tanta realidad

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“Hasta el peor de los monstruos nació como un ángel, uno que no supo vivir con tanta realidad.”

Después del percance de Kaden y su sangrado de nariz al estar en la capilla, Viviane decidió escabullirse sin que nadie echara en falta su presencia. Todos parecían entretenidos en rezar y, aunque su amigo Jesse le advirtió que no saliera, ella dijo que volvía en seguida para no preocuparle. Estaba demasiado interesada en saber cómo se encontraba el varón y, sobre todo, saber a dónde fue.

—Te estás arriesgando a que seas castigada —alegó Denis en un susurro—. Deja que el nuevo se las apañe como pueda, Leavitt.

—Pero sangraba como un poseso —habló ella—. Iré a ver cómo está. No os preocupéis.

—Él dijo que el invierno le irrita la nariz. Debe ser sensible al frío —habló Jesse—. Estamos bajo cero.

Viviane hizo caso omiso a las palabras de los chicos y prefirió salir de la capilla.

La mayoría estaban de espaldas ajenos a quién salía o quién entraba, pues daban por hecho que todos los alumnos, hermanos y hermanas, se encontraban allí, menos el nuevo que tuvieron constancia de la huida de Kaden, ya que el varón no fue discreto en marcharse. Algunas gotas de sangre indicaba el rastro por el que se había ido.

Viviane no se percató que la Madre Noche la vio salir de la capilla. La señora frunció su ceño, acentuándose las arrugas de su frente. Sus ojos avizores la siguieron con la mirada, incluso con la ceguera de uno de ellos. Era la guardiana de Annavenim, la monja que todo lo veía.

Las pequeñas gotas carmesí indicaban el camino por el que Kaden Bloodworth huyó. La muchacha seguía el rastro con cautela.

Annavenim quedaba desolado cuando se asistía a la capilla. Todos se concentraban en el exterior, siendo fieles al rezo ante Dios. Ver la institución sin gentío o escucharla sin el bullicio de los alumnados, era cuanto menos ensordecedor. En cada pasillo podía encontrase signos religiosos, cuadros o figuras decorativas que parecían seguirle con la mirada, expectantes de la soledad de la chica y de adónde se dirigía con tanto ahínco.

Las gotas de sangre se detuvieron en la puerta del dormitorio de varones, donde dedujo que se hallaba Kaden. Lo escuchó farfullar palabras ininteligibles. Ella entró sin apuro y lo vio frente a un pequeño espejo, con la camisa blanca manchada de sangre por la zona del cuello. Su mentón y el labio inferior también yacía bañado en fluido.

Él la observó.

—¿Qué ocurre? —inquirió al ver la intrusión de la chica.

—Has abandonado la capilla. ¿Estás bien?

—Ah, sí. He detenido la hemorragia nasal —comentó—. No me sucede muy a menudo, solo en pequeñas ocasiones cuando el frío en muy gélido.

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Un peligro para sí mismo ©Where stories live. Discover now