Capítulo 26: Llegas Tarde

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“El silencio es tortura para el impaciente y paz para el atormentado

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El silencio es tortura para el impaciente y paz para el atormentado.”

Los alumnos observaban por las ventanas de clase la partida de el comisario Gabriel Morrison y su acompañante Frank Downer. Después de haber estado inspeccionando y analizando la escena del suicidio, los caballeros terminaron de interrogar a los presentes del internado hasta nuevo aviso. Nadie supo la razón del por qué Allan Devine se quitó la vida, pero dejó muy claro en la nota de suicidio que llevaba tiempo callando algo que lo llevó a causar tal terrible acto. ¿Qué fue lo que guardaba para sí mismo con tanta pesadumbre? Hasta el momento, no se supo.

El comisario, antes de subirse al vehículo, observó la estructura del internado Annavenim bajo las miradas de las monjas y los alumnos por las ventanas. Cómo algo tan puro podía guardar tantos secretos. Cómo un internado tan prestigioso como lo era aquel no hacía nada más que ocurrir desgracias. Contra más pensaba aquello, más dudas tenía al respecto.

Kaden, quien también observaba por la ventana junto a sus compañeros, correspondió la mirada del comisario, quién sostuvo la hoja de papel que el muchacho le había obsequiado horas atrás. Morrison estudió el rostro del varón y no pudo evitar compararlo con alguien que ya conoció. Pero, sobre todo, aquel chico colaboraba más que ninguno en hallar lo que tanto se ocultaba. No podía entender la razón de su empeño, pero era algo digno de valorar.

—Ojalá se quedarán y descubrieran qué ocurre aquí —musitó Viviane viendo a la policía irse.

—No tardarán mucho en volver —respondió Kaden.

—¿Por qué dices eso? —interrogó Denis.

—Le he dado al comisario la nota que encontró Denis en la biblioteca. La plegaria que desea la muerte de una persona de Annavenim.

—Pero no se sabe quién la ha escrito, ni para quién.

—¿Y por qué te crees que se la he dado? Para que lo descubran. De brazos cruzados es como no avanzamos. Esa nota no solo demuestra que hay algo oscuro oculto, sino que una persona está afirmando que es capaz de matar a alguien si Dios no cumple su plegaria. ¿Entienden por dónde voy?

Exacto. Con la nota aquella la policía podía poner más empeño en el caso y no señalar como simples suicidios lo que estaba ocurriendo. Alguien afirmaba ser capaz de asesinar a otro ser humano bajo la excusa de Dios. Pero también cabía la posibilidad de que aquella plegaria era de alguien quien tampoco soportaba guardar tantos secretos y deseaba ver morir a la persona que los creaba. Dramasiadas teorías para tan poca verdad.

—¿Quién sustituirá ahora al profesor Allan Devine? —inquirió una joven alumna por lo alto.

—¡A saber! Al menos esperemos que no sea un aficionado a grabarlo todo. Daba mal rollito —contestó otro.

—Acaba de morir. ¡Ten respeto! El cuerpo aún está caliente —regañó una.

—Los que se suicidan no van al cielo —añadió.

Un peligro para sí mismo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora